"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

lunes, 9 de junio de 2008

La vergüenza de Gijón

Austria y Alemania nos ofrecieron uno de los peores momentos, una de las peores imágenes, uno de los espectáculos más bochornosos que se recuerdan en un Campeonato del Mundo.

Fue en el Mundial de España, en 1982, cuando ambas selecciones compartían el grupo B en la primera fase de la competición junto a Argelia y Chile. Los argelinos sorprendieron a todo el mundo derrotando a los alemanes en el debut (2-1), mientras que los austriacos hicieron los propio con los chilenos (1-0). Los germanos se presentaron al segundo encuentro ante los sudamericanos con la necesidad imperiosa de ganar, y lo hicieron con facilidad (4-1), mientras sus vecinos austriacos les echaban una mano ganándole a los argelinos por 2 a 0.

El problema vino en el tercer encuentro, el que decidía las dos selecciones que pasarían a la segunda fase. En el 82, no jugaban los equipos implicados a la misma hora, ni siquiera el mismo día, y alemanes y austriacos saltaron al césped del estadio de El Molinón sabiendo que Argelia había vencido por 3 a 2 a Chile. Las cuentas estaban muy claras: Austria sumaba 4 puntos, los mismos que Argelia, mientras que Alemania contaba con 2. Una victoria alemana igualaría a todos con 4 puntos y entrarían en juego los goles. El uno a cero para los germanos clasificaba a los dos equipos europeos.

El partido se acabó a los once minutos, justo el tiempo que tardó el gigantón Hrubesch en poner por delante a Alemania. A partir de ese instante, el meta Schumacher se plantó una gorra blanca en su cabeza atestada de rizos y nadie hizo nada por aproximarse a la portería rival. Los 79 minutos restantes fueron un sonrojante rondo en el centro del campo del que participaron los dos equipos.

Impropio de unos y de otros, antideportivo, vergonzoso, pero sobre todo por parte de los alemanes, quienes siempre habían mostrado un respeto absoluto por este deporte. Y su propia afición también lo entendió así, ya que les abuchearon hasta la saciedad, les pidieron explicaciones en su propio hotel después del partido y, además, no dudaron en tildar el episodio como “la vergüenza de Gijón”.

En el estadio, el público imparcial (los asturianos que se dieron cita en el Molinón) se dejaron las gargantas cantando el “¡Que se besen, que se besen!, los argelinos mostraban billetes al aire y buscaron a los alemanes a la salida del estadio para tirarles huevos, pero eso no cambió la historia: austriacos y alemanes pasaron a la segunda fase. Los germanos avanzaron hasta la final, después de ser primeros en su grupo ante españoles e ingleses y de superar a Francia en los penaltis en una de las semifinales más apasionantes que se recuerdan en la historia de la Copa del Mundo. La final la perdieron ante Italia por 3 a 1.

En cambio, a los austriacos la farsa les duró bastante menos. El equipo que entrenaba Georg Schmidt y que capitaneaba Krankl cayó ante Francia y empató ante Irlanda del Norte en la segunda fase y hubo de hacer las maletas.

“La vergüenza de Gijón” fue investigada por la FIFA, quien concluyó de modo grotesco que en ese partido se cumplieron estrictamente las reglas del juego y que este organismo no podía entrar en tácticas ni sistemas ni nada de nada. Lo que sí hicieron fue decidir que, a partir de ese instante, todas las últimas jornadas de la fase de grupos se disputarían a la misma hora (además, el ejemplo del 6 a 0 de Argentina a Perú en el mundial del 78 ya les había puesto en sobreaviso, pero ése es otro post).

El caso es que la prensa alemana cargó contra sus propios jugadores y se mostró implacable contra el fraude, contra lo que ellos consideraron un ataque al orgullo de toda la nación alemana: “Traición al juego limpio”, “Fraude legal” o “Pornografía futbolística” fueron algunos de los titulares de los medios germanos.

Pero, sin duda, el mejor titular fue el de un diario gijonés, El Comercio, que, en un alarde de ingenio y originalidad, dio la noticia en las páginas de Sucesos con este titular: “Unas 40.000 personas presuntamente estafadas en el Molinón por 26 súbditos alemanes y austríacos”.

Uno de los principales instigadores del amaño fue Jupp Derwall, el seleccionador alemán en aquel momento, quien había tomado las riendas de la selección después del Mundial de Argentina ’78 y se había coronado campeón de Europa en Italia en 1980. Derwall, fallecido el 28 de junio de 2007, justo tres días después de que en Alemania se recordara con sonrojo el vigésimo-quinto aniversario de “la vergüenza de Gijón”, nunca entendió qué había de malo en lo que sucedió en el Molinón el 25 de junio del 82: “Nosotros queríamos clasificarnos, no jugar al fútbol”. Ni los aficionados desplazados hasta España ni los que se quedaron en Alemania viéndolo por televisión eran de esa opinión. Tanto es así, que Derwall emigró a Turquía para entrenar al Galatasaray después de que fuera cesado tras la eliminación de Alemania en la Eurocopa del 84, disputada en Francia.

Ni ser campeón de Europa y subcampeón del Mundo, ni permanecer 23 partidos seguidos ganando le sirvieron para ser considerado como un héroe nacional: “la vergüenza de Gijón” pesó demasiado.

PD. Estos fueron los protagonistas de aquel fraude perpetrado un ya lejano 25 de junio de 1982 en el estadio de El Molinón (Gijón)

República Federal de Alemania: SCHUMACHER, BRIEGEL, BREITNER, FOERSTER, DREMMLER, LITTBARSKI, HRUBESCH (FISCHER ‘68), RUMMENIGGE (MATTHAEUS ‘66), MAGATH, STIELIKE y KALTZ.
Entrenador: Jupp Derwall

Austria: KONCILIA, KRAUSS, OBERMAYER, DEGEORGI, PEZZEY, HATTENBERGER, SCHACHNER, PROHASKA, KRANKL, HINTERMAIER y WEBER.
Entrenador: Georg Schmidt.

miércoles, 30 de abril de 2008

Garrincha, la alegría del pueblo

El Mundial de Suecia, en 1958, vio cómo Brasil alzaba al cielo su primera Copa del Mundo, contempló la eclosión de un joven de 17 años, un tal Pelé, que marcó un antes y un después en la historia del fútbol, en la historia de los mundiales, pero también asistió atónito a las andanzas del mejor extremo derecho de la historia, Garrincha, la “alegría del pueblo”, nunca bien ponderada su figura y siempre denostado por no ser un jugador al uso, una estrella mediática que diríamos ahora.

Manuel Francisco Dos Santos nació en Pau Grande en 1933. Pronto sus hermanos comenzaron a llamarle Garrincha, un pájaro feo y torpe, pero increíblemente rápido que vive en la Selva de Mato Grosso, en Brasil. Y es que Garrincha era zambo (tenía los pies unos 80 grados orientados hacia dentro) y, además, tenía una pierna 6 centímetros más larga que la otra y la columna vertebral torcida a causa de una poliomielitis que sufrió siendo aún un niño. Evidentemente, los médicos le consideraron “no apto” para cualquier tipo de práctica deportiva, pero eso no afectó a Garrincha, fumador empedernido desde los 10 años, para el que el fútbol era una mera "práctica deportiva", sino su auténtica pasión.

Para Garrincha el fútbol era un juego, ese juego maravilloso que le entusiasmaba cuando lo practicaba con sus amigos en la calle. Y siempre fue así, defendiera la camiseta de su Botafogo del alma o la de su país, la de la gran Brasil. De hecho, cuentan que Garrincha siempre llamaba Joao a sus marcadores, porque no le importaba quien le marcara, sino cuánto se iba a divertir él con la pelota cosida y descosida a su veloz pierna derecha. Siempre le decía a sus compañeros: “Hoy me marca Joao, a ver qué pasa”. Y siempre pasaba lo mismo, que los mareaba una y otra vez hasta que se cansaba y centraba o chutaba a portería para hacer uno de los 252 goles que anotó con el Botafogo o los 17 que marcó en 60 partidos con la canarinha. Garrincha partía del extremo derecho, amagaba hacia un lado, después hacia el otro, salía disparado como una flecha y se frenaba en seco, pero sólo para volver a salir huyendo hacia otro lugar. Así enseñó a reír a los aficionados.

Tan poco en serio se tomaba Garrincha el fútbol, que cuando Brasil jugó (y perdió) la final del Mundial del 50 ante Uruguay en Maracaná prefirió irse de pesca antes de oír el partido por la radio. Probó en varios clubes de Río de Janeiro antes de fichar por el Botafogo: el Vasco de Gama lo rechazó por no traerse las botas; del Fluminense fue él quien se marchó antes de terminar la prueba para coger el último tren de vuelta a casa. Y, ya con 19 años, probó en el Botafogo, donde se quedó.

Cuentan también que Garrincha, después de ganar con Brasil la final del Mundial del 58 ante Suecia, y mientras todo el mundo lloraba en el campo, Garrincha le preguntó a Nilton Santos, su capitán: “¿Qué pasa?”. Y éste le respondió: “Acabamos de ganar la Copa del Mundo”. Entonces Garrincha, medio en broma, medio en serio, pregunta: “¿Y el partido de vuelta cuándo lo jugamos?”.

Pues ese tal Garrincha estuvo a punto de no viajar a Suecia con la selección. Brasil aún estaba sumida en una profunda depresión futbolística a causa del Maracanazo de 1950 y la caída en cuartos de final ante Hungría en 1954 y a Suecia llevó un equipo completo de médicos y psicólogos que hicieron una serie de pruebas a los jugadores. El coeficiente mínimo que habían de obtener los seleccionados era de 123, pero Garrincha sólo sumó 38. Pero entonces apareció el capitán y uno de los mejores defensas brasileños de todos los tiempos, Nilton Santos, quien convenció al seleccionador para que lo llevara al Mundial. Así lo hizo, aunque no se atrevió a poner ni a Garrincha ni a Pelé en los dos primeros partidos de la Copa del Mundo. Hasta que se enfrentaron a la Unión Soviética...

Vicente Feola, que así se llamaba el seleccionador, le tenía un miedo atroz a los soviéticos, pero los compañeros le convencieron para que pusiera en el once inicial a los dos jóvenes: a Pelé y a Garrincha. Entre los dos destrozaron a los soviéticos, aunque los dos goles los hizo Vavá. Nuestro ya buen amigo por reiteración, Nilton Santos, lo recuerdaba así: “Los soviéticos nos marcaban al hombre, pero, de repente, comenzaron a amontonar gente en la parte izquierda de su defensa. Por allí andaba Garrincha”. Y desde ese momento, "la alegría del pueblo” ya no salió del once brasileño que se proclamó por primera vez campeón del mundo.

Cuatro años después, Aymore Moreira formó prácticamente el mismo equipo para defender su corona en Chile 62. Pero a Pelé lo lesionaron en el segundo partido ante Checoslovaquia y Garrincha fue el auténtico y casi único protagonista de ese Mundial. Pero, como siempre, puso nervioso a su técnico cuando, minutos antes de jugar la final ante Checoslovaquia (a la que ganó Brasil por 3 a 1), le preguntó: “Maestro, ¿hoy es la final?”, y ante un atónito Aymore Moreira, continuó, "ah, con razón hay tanta gente".

Basten unas palabras de Tostao, compañero de Garrincha en la selección en el Mundial de Inglaterra 66“Garrincha era el Charles Chaplin de los lanzamientos a puerta. Bailaba y se divertía en el campo y repetía en los grandes estadios del mundo, frente a rivales fuertes, las jugadas que hacía en la infancia, descalzo, brincando, sin reglas y sin profesores (...)".

"Pero Garrincha no sólo era un espectáculo en el campo. También era eficiente. Tenía mucha habilidad y velocidad. Colocaba la pelota, con gracia y con cariño, para que el compañero metiese gol. Así creó muchos artilleros. El defensa sabía que Garrincha iba a regatear hacia la derecha y ni así conseguía anularlo. Tenía una increíble arrancada y mucha agilidad corporal. Con el tiempo, pasó a regatear también hacia el medio y a marcar goles. En el Mundial de 1958 fue importantísimo para el título. En 1962 fue increíble. Hizo pases decisivos y marcó goles de todas las maneras. Pelé ha sido el mejor jugador del mundo de todos los tiempos, pero Garrincha ha sido el más espectacular. Maradona y él son los dos mejores jugadores que he visto después de Pelé. Garrincha y Pelé juntos nunca perdieron un partido de la selección brasileña (...)".

"No sabía lo importante que era él para el fútbol. Se volvió alcohólico y sufrió todos los efectos secundarios de la bebida. Falleció como un pajarito, un garrincha (nombre de un pajarito). Parafraseando a João Guimarães Rosa, Garrincha no ha muerto. Sigue encantado, eterno”.

Y es que Garrincha era tan buen jugador de fútbol como disoluto en su vida privada. Bebedor, fumador empedernido y de vida disoluta, también son innumerables las anécdotas que se cuentan de él. Como que añadía ron a las botellas grandes de coca cola para beber tranquilamente delante de su entrenador en las concentraciones. Todos estos excesos los pagaría muy caros (o no, que eso nadie lo sabe), ya que murió en 1983 a causa de una cirrosis.

Además, “el pájaro cantor” se casó 3 veces y tuvo 14 hijos reconocidos. Fueron 8 hijas de su primer matrimonio con Nair, a la que abandonó para marcharse con Elsa Soares, una cantante de samba, con quien tuvo un hijo que murió en un accidente de tráfico. Volvió a se padre de dos hijos más con Iraci, de otro más con Vanderleia y de un 13º que fue fruto de una relación durante el Mundial de Suecia en 1958. Además, una prueba de ADN probó que el hijo de una tal Rosangela cerraba el listado de su paternidad conocida.

Quizá por esa diferencia en la concepción del fútbol y de la vida, Garrincha y Pelé nunca fueron amigos, sólo compañeros, aunque Brasil nunca perdió un partido con los dos juntos en el campo. Y es que Pelé y Garrincha eran dos personalidades opuestas. Lo decía Cayetano Ros en un artículo en el País: “No hubo un futbolista más amateur en su espíritu que Garrincha. Ni nadie más profesional que Pelé. Garrincha fue incorregible y se peleó con el establishment. Pelé llegó a ser el establishment”.

De hecho, cuentan que si hablas de Pelé a un viejo brasileño, éste se quita el sombrero por un sentido de inmensa gratitud. Pero si le hablas de Garrincha, el viejo se pone a llorar. Mientras Pelé representa lo que cada brasileño querría ser, Garrincha es el espejo de lo que son.

Manuel Francisco Dos Santos jugó al fútbol desde 1953 hasta 1972. Participó en tres Copas del Mundo (Suecia 58, Chile 62 e Inglaterra 66) y ganó las dos primeras. Disputó 60 partidos con Brasil, de los que ganó 52, empató siete y perdió uno: contra Hungría (3-1) en Inglaterra 66. Y marcó 17 goles vestido de amarillo y verde.

Hasta los 29 años no le afectaron nada las patadas ni su propia vida disoluta, pero después de que pasara por el quirófano para operarse los dos meniscos, todo se acabó. Dos agentes bancarios fueron a su casa en Pau Grande y encontraron dinero pudriéndose en los armarios. El Botafogo también se aprovechó de él pagándole menos de lo que merecía. Y la gente no lo olvida, su gente, pero no habla demasiado de él, del “pájaro cantor”, de “la alegría del pueblo”, del “Charles Chaplin del fútbol”, ése que según el escritor Eduardo Galeano, “murió de su propia muerte: pobre, borracho y solo”.

De hecho, mejor homenaje a Garrincha son las palabras de Galeano que las mías:

Garrincha, un ángel de piernas torcidas, por Eduardo Galeano
"Alguno de sus muchos hermanos lo bautizó Garrincha, que es el nombre de un pajarito inútil y feo. Cuando empezó a jugar al fútbol, los médicos le hicieron la cruz, diagnosticaron que nunca llegará a ser un deportista este anormal, este pobre resto del hambre y de la poliomelitis, burro y cojo, con un cerebro infantil, una columna vertebral hecha una S y las dos piernas torcidas para el mismo lado. Nunca hubo un puntero derecho como él. En el Mundial del 58 fue el mejor de su puesto. En el Mundial del 62, el mejor jugador del campeonato. Pero a lo largo de sus años en las canchas, Garrincha fue mas: él fue el hombre que dio más alegrías en toda la historia del fútbol.

Cuando él estaba allí, el campo de juego era un picadero de circo, la pelota un bicho amaestrado, el partido, una invitación a la fiesta. Garrincha no se dejaba sacar la pelota, niño defendiendo su mascota, y la pelota y él cometían diabluras que mataban de risa a la gente; él saltaba sobre ella, ella brincaba sobre él, ella se escondía, él se escapaba, ella lo corría. Garrincha ejercía sus picardías de malandra a la orilla de la cancha, sobre el borde derecho, lejos del centro; criado en los suburbios, en los suburbios jugaba. Jugaba para un club llamado Botafogo, que significa prendefuego, y ése era él; el botafogo que encendía los estadios, loco por el aguardiente y por todo lo ardiente, el que huía de las concentraciones, escapándose por la ventana, porque desde los lejanos andurriales lo llamaba alguna pelota que pedía ser jugada, alguna música que exigía ser bailada, alguna mujer que quería ser besada.

¿Un ganador? Un perdedor con buena suerte. Y la buena suerte no dura. Bien dicen en Brasil que si la mierda tuviera valor, los pobres nacerían sin culo. Garrincha murió de su muerte: pobre, borracho y solo".

martes, 22 de abril de 2008

La "Victoria" de Jules Rimet

La Copa del Mundo de Fútbol nació en 1930, casi fruto único de un hombre obsesionado que se había encargado de llevar el deporte rey a las Olimpiadas, pero que pronto acertó a vislumbrar que el balompié necesitaba de un espacio propio, de un torneo propio, de un reino propio que coronara a la mejor selección del mundo cada cuatro años, permitiendo a los espectadores que contemplaran a los mejores jugadores con la casaca de sus propios países, juntando en cada selección a estrellas de equipos irreconciliables, dándonos a todos la posibilidad de presenciar cada 4 años un espectáculo vibrante. Ese genio loco se llamaba Jules Rimet, era el presidente de la FIFA en 1930 y era francés.

Pero al invento de Jules Rimet le faltaba una Copa, una Copa que premiara a la mejor selección del mundo y que lo hiciera cada cuatro años, hasta que una de las selecciones se la quedara en propiedad si conseguía levantarla en tres ocasiones.

Esa Copa se llamó inicialmente Victoria, aunque cambió de nombre para tomar el de su creador (el de la competición, se entiende, no el de la Copa) en 1946, en el congreso que la FIFA celebró en Luxemburgo. Desde entonces todo el mundo la conoce como Copa Jules Rimet.

La Copa Jules Rimet permaneció en activo desde 1930 hasta 1970. El Mundial de México deparó una final entre Italia y Brasil. Ambas selecciones habían ganado ya dos mundiales previamente y quien venciera en aquella memorable final en el estadio Azteca se la quedaría para siempre. Se la quedó Brasil al vencer con rotundidad a los italianos (4 a 1), pero como casi todo en esta vida, no fue para siempre, ya que fue robada en diciembre de 1983 en Río de Janeiro. Cuatro presuntos ladrones fueron juzgados y condenados, pero de la Copa nunca más se supo. La Confederación Brasileña mandó hacer una réplica el año 1984 a partir de la Copa que guardaba la FIFA (y que, a su vez, también era un réplica perfecta de la original). De hecho, hay quien dice que ésta es la original y no la que se robó en Brasil, pero eso no se puede comprobar de ninguna manera.

La Copa Jules Rimet había sido diseñada por Abel Lafleur. Era un trofeo de plata esterlina chapada en oro, con una base azul de lapislázuli. Medía 35 centímetros de altura y pesaba 3,8 kgs. Era una copa octogonal sostenida por una figura alada que representaba a la diosa griega de la victoria, llamada Niké.

Ya antes de su trágico fin (probablemente fundida), había superado multitud de vicisitudes. La primera de ellas fue sobrevivir a la II Guerra Mundial. La Copa la había ganado Italia en 1938 y se quedó allí durante la guerra. El vicepresidente de la FIFA, el italiano Ottorino Barassi, sacó el trofeo en secreto de su tumba en el interior de un banco de Roma y lo escondió en una caja de zapatos debajo de su cama para impedir que los nazis se apoderaran de él. Y, pese a lo rudimentario del plan, lo consiguió.

En 1950 volvió la Copa del Mundo y allí estaba el trofeo, testigo mudo del Maracanazo que sumió a toda Brasil en un mar de lágrimas. Y pasó el tiempo sin contratiempos, hasta 1966, año de Mundial, año de Inglaterra.

El 20 de marzo de 1966, cuatro meses antes de que diera comienzo el Mundial, la Copa Jules Rimet fue exhibida en el Salón Central de Westminster. De allí fue robada. Y nadie daba un duro por encontrarla, pero el perro más famoso de Inglaterra a partir de ese día, Pickles, la encontró envuelta en un periódico en un seto de un jardín suburbano de una zona de Londres llamada Upper Norwood.

Fue en ese instante cuando la FIFA decidió hacer una réplica en secreto para poder utilizarla en exhibiciones posteriores. De hecho, esta Copa, que algunos dicen que es la auténtica, se exhibe en el Museo Nacional de Fútbol en Preston (Inglaterra), ya que en 1974, en el Mundial de Alemania, las selecciones jugaban ya por un nuevo trofeo, la Copa del Mundo, sin más, que nadie se puede quedar nunca en propiedad. Este trofeo lo guardan las selecciones ganadoras durante los 4 años posteriores a su triunfo y después lo devuelven para el siguiente Mundial y reciben una réplica.

Los campeones en Alemania 2006, los italianos, no cuidaron el trofeo demasiado bien precisamente, ya que Fabio Cannavaro, el capitán de Italia, fue fotografiado sosteniendo un pedazo de malaquita que se había roto de la base del trofeo. Pero tranquilos, la Copa del Mundo fue reparada y los italianos la presentaron en perfectas condiciones en Sudáfrica el año 2010 para que se la acabara llevando España.

viernes, 4 de abril de 2008

Italia, la bestia negra de Alemania

Gary Lineker, delantero centro inglés, pronunció una frase que lo hizo casi tan famoso como sus goles (que fueron mucho a lo largo de su carrera, dicho sea de paso). Dijo el ariete británico: "El fútbol es un juego muy simple: juegan once contra once y siempre gana Alemania".

Como dardo propio de una época (que aún pervive hoy, salvo decorosas excepciones en partidos amistosos) en la que los ingleses siempre perdían contra los germanos está muy bien, pero debería haber completado la frase para que adquiera categoría de verdad futbolística absoluta de la siguiente manera: "El fútbol es un juego muy simple: juegan once contra once y siempre gana Alemania, salvo cuando los once de enfrente visten la zamarra italiana".

Y es que la bestia negra, negrísima, de Alemania siempre ha sido Italia. Cada uno carga con su cruz.

Alemanes e italianos se han enfrentado en las fases finales de una Copa del Mundo en 5 ocasiones. Alemania no ha ganado ni una sola vez. El balance es demoledor: dos empates a cero y tres victorias italianas con un montón de cosas en juego.

El primer enfrentamiento italo-germano tuvo lugar en el Mundial de Chile, allá por 1962. Ambos habían quedado encuadrados en el mismo grupo de clasificación en la primera fase y su partido cerraba el grupo. Los alemanes ya estaban clasificados y los italianos habían patinado ante el anfitrión, Chile. Necesitaban los azurri una victoria y rezar. Empataron a cero y los italianos hicieron las maletas. Los alemanes, de todos modos, también volvieron a casa pronto, en cuartos de final.

La historia, sin embargo, cambiaría mucho y pronto. Italianos y alemanes se enfrentaron de nuevo en México 1970. Esta vez en las semifinales, nada más y nada menos, de un campeonato del mundo. Los alemanes eran los actuales subcampeones del mundo y habían dejado en la cuneta en cuartos a los campeones, Inglaterra, vengándose de la afrenta de la final perdida en Wembley cuatro años antes. Los italianos, en cambio, habían superado la primera ronda sin pena ni gloria, aunque en cuartos ante México dieron un golpe sobre la mesa venciendo por 4 a 1. Sin embargo, quedaba por resolver un debate interno importante: la no titularidad de Rivera, que pedía a gritos todo el país.

El partido fue uno de los mejores de la historia de los mundiales y merece un post para él solo. Los italianos se adelantaron en la primera parte con gol de Boninsegna, pero los alemanes empataron cuando el partido agonizaba por medio de Schnellinger. El partido se resolvería en la prórroga. ¡Y qué prórroga! Müller adelantó a unos alemanes enchufadísimos, pero Burgnich empató a los 4 minutos y Riva le dio la vuelta al partido. No había tregua, y Müller se encargó de volver a empatar, pero fue sacar de centro y los italianos montaron un ataque fugaz entre el gran Facchetti y Boninsegna que remató Rivera al fondo de las mallas. Era el 4 a 3. Aún quedaban 9 minutos para el final, pero el marcador ya no se movería y Italia jugaría la final del Mundial ante Brasil. Ahí no hubo opción.

Alemanes e italianos volvieron a encontrarse en 1978. Era la segunda fase de grupos y el vencedor del grupo jugaría la final. Ninguno de los dos podía serlo, ya que Holanda había resultado un escollo insuperable para ambos. Empate a cero e Italia jugó el tercer y cuarto puesto, que perdería ante Brasil.

En el 82 el partido sí tenía importancia, y mucha. Italia y Alemania se vieron las caras en la final. Y volvió a ganar Italia. 3 a 1 con goles de Rossi, Tardelli y Altobelli. Breitner salvó el honor germano, pero la tercera Copa del Mundo de los transalpinos ya era un hecho.

Otra de sus grandes batallas data del mundial de 2006. En Dortmund. En la mismísima Alemania. En semifinales. Y, de nuevo, el partido se resolvió en la prórroga. Grosso y Del Piero marcaron casi en el descuento de la segunda parte de la prórroga. Italia volvió a superar a los alemanes para llegar a la finalísima y proclamarse por 4ª vez campeones del mundo.

En las semifinales de la Eurocopa de 2012, en Varsovia, los italianos volvieron a apear a los alemanes de una gran competición. Ganaron por 2 a 1 con dos tantos de Balotelli y se metieron en una final que perderían con gran claridad ante España (4 a 0).

Los germanos se vengarían en los cuartos de final de la Eurocopa de Francia 2016, pero sudando tinta, ya que el partido acabó en empate a uno y los penaltis decidieron que los teutones siguieran adelante. Tampoco avanzarían mucho, porque caerían por 2 a 0 en las semifinales ante Francia. 

En fin, que sí, que el fútbol es un juego en el que se enfrentan 11 contra 11 y siempre gana Alemania, salvo cuando enfrente están los italianos.

miércoles, 19 de marzo de 2008

Más curiosidades de los Mundiales

La Copa del Mundo de fútbol dio el pistoletazo de salida en Uruguay en1930. Desde ese instante, con la única interrupción de las ediciones que deberían haberse celebrado en 1942 y 1946 y que no se disputaron a causa de la Segunda Guerra Mundial, cada cuatro años se dan cita las mejores selecciones del mundo con sus mejores jugadores en un torneo irrepetible que esconde muchísimas curiosidades y sorpresas. Aquí podéis encontrar algunas. Y si seguís leyendo, algunas más.

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En la final de la primera Copa del Mundo, disputada en Uruguay en 1930, argentinos y uruguayos pretendían jugar con su propio balón. Al final, la decisión fue salomónica: la primera parte se jugó con el balón de los argentinos y la segunda con el de los uruguayos. Y algo de razón debían tener, porque la primera mitad acabó con triunfo argentino por 1 a 2, mientras que en la segunda los uruguayos metieron tres tantos con su balón para acabar ganando su primer torneo por 4 a 2. 

Por cierto, en ese primer mundial había un árbitro belga que se ganó unos "durillos" extra al ejercer también como corresponsal para un diario alemán. Se llamaba John Langenus y nadie osó decirle nada por su condición de agente doble.

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En el Mundial de Italia, allá por el año 34, un jugador jugó su segunda final de la Copa del Mundo consecutiva y, además, se resarció al ganar la que perdiera 4 años antes en Uruguay. Se llamaba Luis Monti y era argentino de nacimiento. Se nacionalizó italiano y defendió la azzurra en el 34. Es el único futbolista que ha jugado dos finales de una Copa del Mundo con dos equipos distintos. Por cierto, la selección italiana que se hizo con su primer mundial contaba con 3 argentinos más. 

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En 1950, Brasil no sólo perdió un Mundial ante su público. Además, perdió un uniforme. Jugaban de blanco, pero ante tamaña desolación decidieron darle la espalda a su equipaje y cambiar sus colores por la actual verdeamarelha

 Además, tras la victoria de EEUU por un gol a cero, obra de Joe Gaetjens, ante Inglaterra (en la primera participación de los británicos en un Mundial), los telegrafistas solicitaron a los corresponsales que repitieran el comunicado con la noticia porque no se la creían. De hecho, algunos periódicos interpretaron que habría un error en el comunicado y le añadieron un uno al cero para acabar publicando que los ingleses habían derrotado a los norteamericanos por 1 a 10. 

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El Mundial de Suiza 54 fue el primero que se emitió por televisión. Los espectadores pudieron ver desde sus casas el primer y sorprendente triunfo de los alemanes en un Mundial capitaneados por Fritz Walter. Y un buen puñado de buenísimos partidos: el 7 a 5 de cuartos entre Austria y Suiza o la fantástica semifinal entre Uruguay y Hungría que se decidió en la prórroga. 

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Suecia 58 contempló por primera y única vez a los cuatro representantes del Reino Unido en la fase final de un Mundial. Escocia, Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte acudieron a tierras escandinavas, donde nacería un mito: Pelé, el jugador más joven en anotar un gol en un Mundial (con 17 años y 238 días) y el primer Mundial para Brasil. 

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Chile 62 fue la demostración de que es muy difícil parar el fútbol. Había elecciones en Alemania, pero el parlamento alemán decidió retrasarlas hasta la conclusión del Mundial porque en el país nadie estaba pendiente de otra cosa. 

Por cierto, cuentan que Garrincha le preguntó a su entrenador antes de la final contra quién jugaban: ¡¡No lo sabía!!, lo que no fue óbice para que Brasil, liderado por el propio Garrincha, ganara su segundo mundial. 

Pero Chile 62 pasará a la historia como uno de los mundiales más duros de la historia. Hubo 50 lesionados (entre ellos Pelé) y se contabilizaron tres fracturas de piernas, una de cadera y una nariz rota. Un auténtico drama y uno de los peores torneos que se recuerdan. 

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En Inglaterra 66, el portero mexicano Carvajal jugó su 5º mundial consecutivo, récord que igualó el alemán Mathaus en Francia 98. Para su desgracia, Carvajal sólo ganó un partido en esos 5 mundiales. Por cierto, en este Mundial debutaron Corea del Norte y Portugal y ambas selecciones se enfrentaron en cuartos de final tras haber dejado fuera de la competición a Italia y Brasil. ¡Casi nada!

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En el Mundial de Alemania 74 el chileno Cazsely se adjudicó el dudoso honor de recibir la primera tarjeta roja de la historia de los mundiales. Lo más curioso es que no se trataba de un defensa bronco y aguerrido, sino de un delantero fuera de sitio que metió el pie a destiempo. Cosas del fútbol.

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En España 82 los húngaros anotaron la mayor goleada de la historia de los mundiales al endosarle un humillante 10 a 1 a El Salvador. Incomprensiblemente, dos futbolistas de la selección húngara vieron la amarilla... ¡por perder tiempo! 

 Además, en el partido entre Francia y Kuwait los galos anotaron un gol que el árbitro dio por válido, pero un jeque kuwaití irrumpió en el terreno de juego, amenazó al árbitro y éste no dudó un solo instante y anuló el gol. Evidentemente, el colegiado fue inhabilitado por la FIFA a la conclusión del choque. 

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En Francia 98, los brasileños fueron obligados a dar clases de canto para entonar y cantar mejor su himno nacional. Clases de fútbol no les hacían falta, pero aún así cayeron en la final ante la Francia de Zidane

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En el Mundial de Corea y Japón, en 2002, un jugador pasó a formar parte de la historia de los mundiales. Curiosamente, no fue un delantero, no fue centrocampista virtuoso, no fue un portero de reflejos inhumanos ni un portento de la clase y de la técnica. Fue un lateral derecho. Es brasileño y se llama Cafú. Se trata del primer y único jugador del mundo que ha disputado tres finales de la Copa del Mundo. Ganó dos (la mencionada de 2002 y la de Estados Unidos en el 94 y perdió ante Francia en Saint Dennis la de 1998). 

En fin, que 22 mundiales dan para muchas curiosidades, sorpresas y anécdotas, pero ya iremos desgranándolas poco a poco... 

lunes, 17 de marzo de 2008

Algunas curiosidades mundialistas

La historia de los Mundiales comienza en 1930 y hasta el torneo de Catar en 2022 se llevan disputadas 22 fases finales. Ha pasado mucho tiempo y, precisamente por ello, las curiosidades se suceden y se superponen. Relataremos brevemente algunas.

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Brasil y Alemania, las dos selecciones con más participaciones mundialistas y más encuentros disputados en fases finales, nunca se habían encontrado en su camino hasta la final del Mundial de Corea y Japón, en 2002. Los alemanes habían jugado 85 partidos en los Mundiales y los brasileños 87, sin encontrarse. Sea como sea, los canarinhos se llevaron el partido y obtuvieron su quinta Copa del Mundo. Eso sí, cuando volvieron a encontrarse en Belo Horizonte, en la semifinales del Mundial de Brasil 2014, el varapalo histórico se lo llevaron los brasileños.  


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Italia y Brasil se han encontrado dos veces en la gran final del torneo. En ambas ocasiones estaba en juego algo más que la Copa del Mundo. En 1970, en México, italianos y brasileños sumaban dos Copas del Mundo, por lo que el ganador se quedaría la Copa Jules Rimet en propiedad. Ganó la canarinha de Pelé. 

En 1994, en EEUU, volvieron a verse en la final. Esta vez nadie se quedaría el trofeo en propiedad, pero ambos ponían sobre el tapete sus tres Copas del Mundo y dirimían la supremacía del fútbol mundial. Los brasileños llevaban 24 años sin ganar el Mundial, precisamente desde que vencieron a los azzurri en el 70. Pero eso no importó: volvió a ganar Brasil, en la primera final de la historia que acabó sin goles y que se hubo de resolver desde el punto de penalti. Italia no quiere ver a Brasil en la final ni en pintura. 

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El Mundial de México 70 fue importantísimo por muchas cosas. Fue un Mundial fantástico en cuanto a juego, fue la despedida de Pelé, Brasil se quedó en propiedad la Copa Jules Rimet. Sin embargo, también pasará a la historia por ser el primer Mundial en el que se utilizaron tarjetas y en el que se permitieron cambios. Curiosamente, nadie fue expulsado en el Mundial de México 70. Impensable hoy en día, ¿verdad? 

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Hasta el Mundial de Estados Unidos, en 1994, la participación de Bulgaria en los Mundiales había sido un fracaso total y absoluto. Los búlgaros habían jugado 16 partidos y no habían ganado ninguno de ellos. En América se truncó la mala suerte: Stoitchkov, Balakov, Letchkov y compañía llegaron a las semifinales del torneo (donde cayeron ante la Italia de Baggio) y obtuvieron el mejor resultado de su historia acabando cuartos. 

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Para acabar, de momento, con las anécdotas, empezaremos por el principio. Los uruguayos celebraron de tal forma su triunfo en la primera Copa del Mundo celebrada en Uruguay en 1930, que, desde entonces, el 31 de julio (fecha en la que se disputó la final ante Argentina) es fiesta en el país.

martes, 19 de febrero de 2008

El papel de los anfitriones en la historia de la Copa del Mundo

Durante muchos años, la condición de organizador de una Copa del Mundo era sinónimo de hacer un grandísimo torneo, de ser uno de los rivales a batir, de convertirse en la selección a la que nadie se quiere enfrentar; aunque también ha sido siempre motivo de presión añadida, sobre todo para las grandes potencias futbolísticas (que se lo digan a Brasil, que en 1950 sufrió el Maracanazo y en 2014 el Mineirazo). Pese a todo, los anfitriones siempre han más favoritos que el resto. Por muchas cosas. Por el apoyo de su gente, por la presión de la grada, por el conocimiento de los estadios, por el respeto que genera todo junto en los rivales y, sí, también por los árbitros, que suelen ser caseros o muy caseros.

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Este favoritismo del anfitrión se concretó en título en las dos primeras ediciones de la Copa del Mundo. En 1930, Uruguay fue el anfitrión y el ganador del torneo, aunque a la condición de local había que añadir un potencial enorme certificado dos años atrás, en 1928, en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam ante el mismo futuro rival. Y es que fueron sus vecinos argentinos los que los desafiaron en la final, pero no pudieron con una selección que era consciente de que debía ratificar su condición de número uno del mundo ante su público y ante su vecino grande. Los uruguayos fueron los primeros campeones de la Copa del Mundo y los primeros, como no podía ser de otra manera, que ganaron en su propia casa.

En 1934, en Italia, el campeón no se presentó (como reacción a la negativa de la mayoría de países europeos a participar en la primera Copa del Mundo). Uruguay se convirtió en el primer y único campeón de la historia que no ha defendido su título.

Esto merece una explicación. Desde los inicios de la Copa del Mundo, los campeones y los anfitriones eran invitados directamente, sin pasar por la fase de clasificación. Eso conllevaba una serie de beneficios que, a su vez, podían ser un arma de doble filo: por un lado, no tenían que pelear la clasificación y la preparación era a base de amistosos y sin presión, pero, por otro, esa falta de tensión podía jugar malas pasadas si el equipo no era lo suficientemente competitivo. Con estas premisas se compitió hasta el Mundial de Corea de 2002, donde la FIFA decidió que el campeón también se debería jugar la clasificación. De hecho, Brasil fue la primera selección que, siendo campeona del Mundo, se hubo de jugar su pase al Mundial como todas las demás. La siguiente fue Italia.

Pero volvamos a 1934. Entonces, los anfitriones italianos eran uno de los grandes cocos del torneo, quizá sólo amenazados por la Austria del seleccionador Meisl, del genial Sindelar y del artillero Josef Bican. Las circunstancias también ayudaron a considerar que Italia era el enemigo a batir: faltaba Uruguay y Argentina había enviado una selección amateur; Mussolini mandaba en Italia y quería una victoria que ratificara la superioridad italiana sobre el resto del mundo, con lo que los árbitros iban a estar bastante más que presionados; pero, además, el seleccionador Pozzo había creado una magnífica selección que reunía el mejor talento del país con un nutrido grupo de argentinos nacionalizados (Guaita, Orsi o Monti). E Italia ganó, como se sospechaba, ante su público.

Fue en 1938 cuando se rompió el monopolio de los anfitriones. Francia organizó el torneo, pero cayó en cuartos de final y la Copa se volvió a ir hacia Italia, esta vez con más fútbol y menos sospechas que cuatro años atrás y beneficiados por las confianzas de Brasil, que creía que podía vencer a los campeones sin que jugara Leónidas. Así que Francia fue la primera anfitriona de la historia que no ganó el torneo que organizaba, aunque los galos se plantaron en cuartos de final y cayeron ante la azzurra, campeón pasado y futuro campeón, por lo que no se puede decir que hicieran un mal torneo, ni mucho menos. Fue el primer anfitrión mundano de la historia. Nada más.

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En 1950, tras el parón de la guerra mundial, el Mundial se fue a Brasil. Y los cariocas cayeron en Maracaná ante Uruguay cuando les bastaba el empate en la primera y única “no final” de una Copa del Mundo. El anfitrión llegó a ese partido que lo decidía todo, pero no ganó, que era lo único que el público estaba dispuesto a admitir de una selección que se suponía que era la mejor del mundo en ese momento. El Maracanazo se le llamó a esa victoria uruguaya en el templo brasileño que sumió a Brasil en una depresión de la que sólo saldría ocho años más tarde ganando su primera Copa del Mundo.

Eso sucedió en Suecia en 1958, con Brasil esta vez como feliz protagonista y los suecos ejerciendo esta vez el papel de los anfitriones que se quedan con la miel en los labios. Pero para los escandinavos esa derrota en la final no fue una tragedia, sino un auténtico éxito, la mejor clasificación de su historia en el torneo.

Curiosamente, desde entonces, desde la final que ganaron Pelé, Garrincha, Didí, Altafini y compañía en Oslo en 1958 nunca se ha vuelto a ver la derrota de una selección anfitriona en la final de la Copa del Mundo. Cada vez que un organizador ha llegado a la final del Mundial, la ha ganado. Lo hizo Inglaterra en 1966, lo repitió Alemania Federal en 1974, lo ratificó Argentina en 1978 y lo volvió hacer Francia en 1998 para ganar su primera Copa del Mundo.

¡Que le digan a los holandeses qué significa enfrentarse al anfitrión en la final de un Mundial! Ellos lo hicieron dos veces consecutivas. Con lo difícil que es llegar al último partido y resulta que ante ti están los anfitriones con todo el estadio lleno dos veces seguidas. A la Holanda que entrenaba Rinus Michel y capitaneaba Cruyff le pasó en 1974 ante Alemania, cuando cayó por dos goles a uno ante la Alemania de Maier, Beckenbauer, Breitner y Müller. Y le volvió a pasar a la Holanda que, ya sin Cruyff, entrenaba el mítico Ernst Happel en 1978 ante Argentina, cuando empató el partido y estuvo a punto de levantar la Copa del Mundo con un remate al palo en el último suspiro, pero, en cambio, sufrió la voracidad de Kempes en la prórroga (3-1). El fútbol. La vida.

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En el camino quedaron anfitriones menos glamourosos, selecciones que no contaban con el potencial suficiente como para alcanzar la final de una Copa del Mundo aunque fueran ellos quienes la organizaran. Pero no nos engañemos: casi todos tuvieron una actuación muy superior a su hipotético nivel futbolístico jugando ante su público.

Suiza en 1954 alcanzó los cuartos de final en un grupo complicadísimo en el que estaban Inglaterra (que también pasó de ronda), Italia y Bélgica. Los helvéticos eliminaron a Italia en el partido de desempate para caer en cuartos de final ante Austria en uno de los partidos más espectaculares de la historia de los Mundiales que acabó con un increíble 7 a 5 para los austríacos.

Chile en 1962 también disputó un gran torneo ante su público, aunque manchado por la violencia descomunal que se vivió en un montón de partidos de esa Copa del Mundo. Sin ir más lejos, el partido que enfrentó a Chile con Italia en el que se jugaron el pase a los cuartos de final. Ganó Chile por 2 a 0 en un encuentro que ha pasado a la historia como la Batalla de Santiago. Pero la Roja no se conformó con clasificarse para los cuartos de final y derrotó a la Unión Soviética (2-1) para meterse en las semifinales de una Copa del Mundo por primera y única vez en su historia. La Brasil de Garrincha le cerró el paso de la final, pero Chile acabó tercera tras vencer a la potente Yugoslavia por un gol a cero en el tercer y cuarto puesto para cerrar su mejor clasificación en la historia de los Mundiales. Ni siquiera Salas y Zamorano pudieron llegar a cotas tan altas en los años 90. Ni tampoco la magnífica selección que montó Marcelo Bielsa para el Mundial de Sudáfrica en 2010 ni la de Sampaoli en el de Brasil en 2014. Los Bravo, Arturo Vidal, Vargas, Medel, Alexis Sánchez y compañía no pudieron superar ese mítico tercer puesto obtenido por la Roja en 1962, cuando fue la anfitriona del torneo.

Por cierto, casualidades de la vida, Brasil fue quien venció a Chile en semifinales (4-2) en Chile 62. Y desde ese instante se ha convertido en el verdugo de Chile en la Copa del Mundo cada vez que la Roja ha superado la primera fase del torneo. Lo fue en octavos de final de Francia 98, cuando la canarinha eliminó a Chile con un rotundo 4 a 1. Volvió a serlo en Sudáfrica 2010, cuando la verdeamarelha venció a la Roja en octavos por 3 a 0. Y lo refrendó en Brasil 2014, en el Mundial en el que más cerca estuvo Chile de romper su maleficio ante Brasil, porque ese encuentro de octavos de final acabó en empate a uno y fueron los penaltis los que metieron a los brasileños en cuartos a costa de los chilenos (3-2). Cosas del fútbol.

En 1970, México, que nunca había superado la primera fase de una Copa del Mundo en sus seis participaciones anteriores, se metió en cuartos de final en el primer Mundial que organizó. Lo hizo tras empatar sin goles ante la Unión Soviética y ganar a El Salvador (4-1) y Bélgica (1-0) para ser segunda de grupo. En cuartos caería por un contundente 4 a 1 ante Italia, que alcanzaría la final y la perdería ante Brasil por idéntico resultado, pero ya había cumplido de sobras con las expectativas.

En el Mundial de 1986, el segundo que organizó México, el Tri de Bora Milutinovic volvió a meterse en cuartos de final por segunda vez en su historia y, hasta hoy, la última, aquejado como está por la maldición del quinto partido. El Tri venció a Bélgica en su debut (2-1), empató con Paraguay (1-1) y venció a Irak en la última jornada (1-0) para pasar como primera de grupo y enfrentarse a Bulgaria en octavos de final. México venció bien a los búlgaros (2-0) y se citó con Alemania Federal, que alcanzaría la final, en cuartos de final. Ahí se acabó la aventura mexicana, aunque lo cierto es que estuvieron a punto de seguir adelante porque no hubo goles ni en el partido ni en la prórroga y los penaltis fueron la tumba de los mexicanos, que sólo lograron batir una vez a Schumacher. Los alemanes metieron los cuatro que tiraron para seguir adelante. Y México, que completó ante su gente la mejor actuación en la historia de los Mundiales, nunca más volvería a alcanzar la ronda de cuartos de final.

Poco se puede decir de Japón y Corea del Sur en el Mundial que ambos organizaron. Los nipones alcanzaron los octavos de final y los surcoreanos, entrenados por Hiddink, llegaron a las semifinales y obtuvieron el cuarto puesto, aunque quizá en el caso de Corea del Sur a la condición de anfitrión se le sumaron unos arbitrajes lamentables que vivieron en sus carnes Portugal en la fase de grupos, Italia en octavos de final y la España de Camacho en cuartos. Sea como sea, para la historia quedará el cuarto puesto de Corea del Sur en 2002.

También hizo un gran papel Rusia en su condición de anfitrión en el Mundial de 2018, cuando logró clasificarse para los octavos de final con goleadas ante Arabia (5-0) y Egipto (3-1) espoleada por su público, aunque la derrota ante Uruguay en la última jornada (3-0) la envió a cruzarse con España. Pero los rusos empararon a uno y se ganaron su pase a los cuartos de final en los penaltis, protagonizando una de las sorpresas del torneo. Y a punto estuvieron de seguir haciendo historia, porque los cuartos de final ante Croacia se resolvieron de nuevo desde los once metros después de un partido trepidante que acabó en empate a uno. En la prórroga, los croatas parecían tener la clasificación en la mano con el gol del defensa Vida, pero Fernandes llevó la locura a la grada cuando marcó el empate a dos a cinco minutos del final. En los penaltis, esta vez, la fortuna no estuvo con Rusia y Croacia siguió adelante para eliminar a Inglaterra y plantarse en la final del Mundial. Rusia, el anfitrión, hizo un papel extraordinario.

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En fin, que ser anfitrión parece ser un lujo, al menos para casi todos. No lo fue, desde luego, para Catar en 2022, que tiene el dudoso honor de ser el peor anfitrión de la historia de los Mundiales tras caer en la primera fase del torneo ante Ecuador (0-2), Senegal (1-3) y Países Bajos (0-2) y completar una participación desastrosa con pleno de derrotas en la que sólo fue capaz de anotar un tanto. 

Tampoco ser anfitrión fue un lujo para España en 1982, cuando los ibéricos tenían depositadas muchas esperanzas en su selección. Una selección que se dedicó a grabar anuncios de trajes durante su preparación y a entrenarse poco y mal en el sur del país a 40 grados a la sombra. Después, durante el torneo, los jugadores estaban fundidos, no fueron ni cara al aire y fueron incapaces de vencer a Honduras (1-1) y a Irlanda del Norte (0-1) y sólo superaron la primera fase porque su condición de anfitrión condicionó a un colegiado bochornoso ante Yugoslavia en el único partido que lograron ganar en todo el torneo (2-1). Evidentemente, en una segunda fase en la que España se medía a Alemania (2-1) e Inglaterra (0-0), quedó eliminada, rompiendo abruptamente el supuesto idilio de los anfitriones con la Copa del Mundo.

Un idilio que también rompieron, aunque a otro nivel, Italia en 1990 y Alemania en 2006. Ambas selecciones quedaron terceras en “sus” Mundiales, un resultado aceptable para muchas otras, pero no para estas escuadras tan potentes a las que sus propios aficionados les exigían, al menos, disputar la final. No pudo ser, aunque lo había sido antes, porque tanto italianos como alemanes ganaron ante su público el otro Mundial que organizaron: Italia el de 1934 y Alemania el de 1974.

No puede decir lo mismo Brasil, humillada en 2014 tras caer en las semifinales ante Alemania por 7 goles a 1, la paliza más grande que ha recibido la canarinha en una Copa del Mundo y, además, ante su público. El Mineirazo lo llaman. Como llamaron antes el Maracanazo a la derrota ante Uruguay en 1950. Dos catástrofes en dos Mundiales en casa, un auténtico borrón en el expediente de la pentacampeona del mundo.

Podemos concluir que, en general, organizar un Mundial suele ser sinónimo de hacer un gran torneo, excepto si el organizador es Brasil, donde la canarinha se ha especializado en provocar auténticas catástrofes nacionales. Porque en Brasil, como en casi todo el mundo, pero quizá un poco más que en el resto del mundo, el fútbol es, como decía Arrigo Sacchi, lo más importante de las cosas menos importantes. Y, a veces, mucho más que eso.

viernes, 15 de febrero de 2008

Los artilleros de la Copa del Mundo

El primer máximo artillero de la Copa del Mundo fue Guillermo Stábile, de Argentina, en el Mundial de Uruguay en 1930. Anotó 8 dianas en los 5 encuentros que disputó: no jugó ante Francia, le endosó 3 goles a México (ganó Argentina 6-3), le hizo otros 2 a Chile (3-1 para los pibes), participó con 2 más de la goleada (6-1) que la albiceleste le propinó a los EEUU en semifinales, para acabar anotando su último tanto en la final ante Uruguay, donde sirvió de poco porque los argentinos cayeron por 4 a 2. El delantero argentino marcó en todos los partidos que disputó en el primer Mundial de la historia.

Stabile fue el primer "pichichi" del Mundial y su cifra goleadora no la superó nadie hasta el Mundial de Brasil, en 1950. Y es que en la edición de Italia en 1934, la bota de oro fue para el checoslovaco Oldrich Nejedly, pero con 5 tantos. En Francia, en 1938, Leónidas se llevó tan honorífico trofeo con 7 dianas, que podían haber sido más si su técnico lo hubiera alineado en la semifinal ante Italia, pero no pasó.

Ademir, el grandísimo jugador brasileño que encabezó a la Canarinha en Brasil 50, fue el primero en superar el registro de Stabile. Anotó 9 goles en el Campeonato que pasará a la historia por el Maracanazo. Seguro que el gran Ademir hubiera cambiado su Bota de Oro por el título mundial perdido, pero no pudo ser.

El astro brasileño le hizo 2 a México (ganó Brasil 4 a 0), se quedó sin mojar ante Suiza (el partido acabó empatado a 2), recuperó la puntería ante Yugoslavia haciendo 1 de los 2 goles de su equipo (2 a 0) para pasar a la segunda fase. Ahí se destapó machacando a Suecia con 4 goles (el partido acabó 7 a 1) y sumando 2 más ante España (6 a 1). En la final, como todos, no anduvo fino y se quedó sin marcar. El gol que no les sirvió a los brasileños para ganar "su" Mundial lo anotó Friaca.

Pese a todo, poco le duró el honorífico "título" de máximo goleador mundial a Ademir, ya que en el Mundial de 1954, en Suiza, el húngaro Kocsis le birló el récord al llevarse la bota de oro con 11 tantos. Kocsis formaba parte de una de las mejores delanteras de la historia junto a Puskas, Czibor o Hidegkuti, los Mágicos Magiares, pero, de nuevo, el máximo artillero de la competición no se llevaría el Mundial y caería en la final. Kocsis le hizo 2 a Corea (ganó Hungría 9 a 0) y 4 a Alemania (ganó Hungría 8 a 3). En cuartos de final anotó 2 más ante Brasil (ganó Hungría 4 a 2) y en semifinales marcó los dos goles que eliminaron a Uruguay (actuales campeones) en la prórroga (2 a 2 acabaron los 90 minutos y, al final, los dos tantos de Kocsis le dieron el triunfo a Hungría por 4 a 2). En la final, Kocsis no marcó y los alemanes se llevaron el título (3 a 2).

Tras la proeza de Kocsis, el siguiente en llegar sería Fontaine, quien marcaría un registro ya inalcanzable para nadie. El jugador francés se presentó en el Mundial de Suecia (1958) como fiel escudero del gran Kopa, rematando todo lo que el genio galo creaba. Y se puso las botas porque marcó ¡¡13 goles!!.

Francia hizo un campeonato espectacular, sorprendió a todos con un fútbol vistoso, atractivo y espectacular y sólo se vieron frenados en semifinales por una Brasil demoledora que se hizo con el primer Mundial de su historia de la mano de un chaval de 17 años apodado Pelé. Los franceses acabaron terceros y firmaron una actuación memorable que sólo igualaría la Francia de Platini en los 80 (Campeona de Europa en 1984, cuarta del mundo en España 82 y tercera en México'86) y superaría la Francia de Zidane con el título Mundial del 98 y la Eurocopa de 2000.

Fontaine le hizo 3 a Paraguay (7 a 3 para Francia), los 2 de su selección ante Yugoslavia (cayeron por 3 a 2) y el último ante Escocia (2 a 1). En cuartos, Fontaine colaboró con 2 goles en el 4 a 0 ante Irlanda. En las semifinales, Brasil apeó a Francia con un contundente 5 a 2, pero Fontaine hizo uno de los goles. Para cerrar la cuenta más longeva de la historia, el galo le endosó 4 chicharros a Alemania (los franceses ganaron 6 a 3 el tercer y cuarto puesto). Nadie hasta nuestros días ha superado los 13 goles de Fontaine en una sola edición de la Copa del Mundo y sólo dos jugadores han superado ese registro en varios campeonatos: Ronaldo y el "Torpedo" Müller.

El panzer alemán, Gerd Müller, fue el máximo goleador del Mundial en México 70, donde dio vida a su equipo hasta las semifinales, donde cayeron ante Italia en una de las prórrogas más épicas de la historia de los Mundiales. Müller anotó 10 goles en esa fase final y superó a la Bota de Oro del anterior Mundial, el portugués Eusébio, que anoto 9 en Inglaterra 66. A partir de ese momento, nadie ha marcado más de 7 goles en una sola fase final, pese al aumento de equipos participantes y, consecuentemente, de partidos.

En la Copa del Mundo del 74, en Alemania, Gerd Müller se proclamó campeón del Mundo con su selección y contribuyó con 4 tantos. El pichichi fue el polaco Lato, con 7 tantos, pero Müller se quedó con el registro: 14 goles en dos Copas del Mundo, superando los 13 de Fontaine, aunque en dos participaciones.

Kempes en el 78, Rossi en el 82, Lineker en el 86, Schillaci en el 90, Salenko y Stoichkov en EEUU 94 y Suker en Francia 98 se llevaron la bota de oro con 6 tantos, mientras que Ronaldo se la llevó en Corea y Japón con 8 goles y el alemán Klose se la llevó muy barata en su país en 2006, con tan solo 5 goles.

El caso es que Ronaldo, aparte de levantar la Copa del Mundo del 94 (sin jugar un minuto), llegar y perder la final de 1998 ante Francia (3 a 0), ganar la Bota de Oro y la Copa del Mundo de 2002, fue capaz de batir el registro de Müller y convertirse en el máximo goleador de la historia de los Mundiales con 15 tantos, aunque haya necesitado 3 torneos para superarlo (4 goles en Francia 98, 8 en Corea y Japón 2002 y 3 más en Alemania 2006). 

Después llegaría Klose, delantero germano, para sobrepasarlo con 16 goles en 4 fases finales que no tienen desperdicio porque fue campeón del mundo en 2014, subcampeón en 2002 y tercero en 2006 y 2010. ¡Casi nada!

Por cierto, sólo Kempes en Argentina 78, Rossi en España 82 y Ronaldo en Corea y Japón 2002 fueron a la vez los máximos artilleros y ganaron el Mundial, porque en Sudáfrica no hubo un máximo goleador, sino cuatro (Villa -España-, Forlán -Uruguay-, Sneijder -Holanda- y Müller -Alemania-) con cinco tantos cada uno; en Brasil 2014 el galardón se lo llevó el centrocampista colombiano James Rodríguez con seis golazos; en Rusia 2018 la Bota de Oro fue para el inglés Harry Kane con los mismos tantos y en Catar 2022 el francés Kylian Mbappé anotó ocho goles para llevarse la Bota de Oro, pero no pudo levantar la Copa del Mundo pese a marcar tres tantos en la final ante Argentina. 

Y, como en casi todo, los que más veces se han llevado a su casa esa preciada Bota de Oro han sido los brasileños (en tres ocasiones), aunque desde Ademir (1950) a Ronaldo (2002) ni un solo delantero de la Canarinha se lo llevara... ni siquiera O Rei Pelé.