"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

miércoles, 28 de noviembre de 2007

Historia de las debacles inglesas

¿Quién no se ha emocionado viendo un partido de la liga inglesa? ¿Quién no se ha visto así mismo saltando en el sillón un sábado por la tarde cuando la pelota va de una portería a la otra, cuando se aclama un córner como si fuera gol, cuando mil gargantas chillan tras un balón en largo, cuando un rechace de la nada acaba con un empalme directo a la escuadra contraria? Sí, muchos nos hemos emocionado con eso, pero eso es la liga inglesa, no la selección inglesa.

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Y al principio Inglaterra no competía...
Cuando en 1930, Jules Rimet decidió crear una competición internacional de selecciones, nunca pensó en el rechazo inglés, pero lo hubo. De hecho, a causa de la recesión económica, tan sólo cuatro selecciones europeas se desplazaron hasta Uruguay para dirimir quién era el mejor del planeta. Fueron Francia, Bélgica, Yugoslavia y Rumanía quienes se subieron a bordo del “Conde Verde” el 21 de junio de 1930, desembarcaron en Río de Janeiro el 29 de junio y, finalmente, completaron su travesía hasta Montevideo el 4 de julio.

La FIFA, con Jules Rimet al frente, se había propuesto crear un torneo independiente de la Olimpiadas, después de comprobar el tirón de fútbol y ver como poco a poco el deporte se iba profesionalizando, y quedaba poco margen para las Olimpiadas. Uruguay fue la sede el primer mundial teniendo en cuenta que los charrúas eran Campeones Olímpicos (Amberes, 1928) y que en 1930 se cumplirían 100 años de la independencia de Uruguay. Los europeos en general faltaron a su palabra, pero los ingleses nunca la dieron: consideraron que los inventores del fútbol no tenían que demostrar a nadie su supremacía. No estaban integrados en la FIFA (ninguna de las federaciones británicas).

Evidentemente, tampoco participaron (por voluntad propia) en los Mundiales de Italia (1934) ni de Francia (1938). Y llegó la Segunda Guerra Mundial. Y el fútbol se paralizó. Y la Copa del Mundo también. Pero había tenido tal éxito, que nadie dudaba que se reemprendería el campeonato en cuanto el mundo estuviera preparado. Y lo estuvo en 1950. Y la nación escogida para organizar ese Mundial fue Brasil (lejos de la maltrecha Europa, destrozada por la guerra). Y esta vez los ingleses sí participaron.

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La primera participación inglesa: el desastre
Pero la participación inglesa se convirtió en una auténtica debacle. En la fase de grupos les tocó enfrentarse a España, Chile y EEUU. El primer encuentro, 25 de junio de 1950, no sobrecogió a los ingleses, que ganaron a Chile por 2 a 0, pero ni se imaginaban lo que estaba por llegar. Cuatro días más tarde, EEUU sonrojaría a los británicos infringiéndoles una humillante derrota por 1 a 0. Los españoles, el 2 de julio de 1950, pusieron la puntilla y dejaron claro que los ingleses eran los inventores del fútbol, pero ni mucho menos los mejores (1 a 0, gol de Zarra).

A Suiza, cuatro años más tarde, los ingleses fueron con la lección aprendida: la Copa del Mundo no era una farsa y reunía a los mejores del mundo. Además, la favorita era la Hungría de Puskas, Kokcsis y compañía, campeones Olímpicos dos años antes y que ya le había mojado la oreja a los ingleses en el mismísimo Wembley en 1953 (3 a 6). Al final, ni los ingleses se los encontraron en el camino ni los húngaros ganaron (cayeron en una épica final frente a Alemania). El caso es que los ingleses no se dejaron sorprender en el grupo de clasificación: empataron a 4 con Bélgica y ganaron por 4 a 1 a los anfitriones (Suiza). Sin embargo, en los cuartos de final acabó su aventura: Uruguay se la comió (4 a 2).

En Suecia 58 a los ingleses no les dieron ni la oportunidad de resarcirse: cayeron en un grupo difícil junto a la URSS, Brasil y Austria y no ganaron ni un partido (empates a 2 con Austria y a 0 con Brasil y derrota inapelable ante los soviéticos por 2 a 0). Otra vez a casa demasiado pronto, con el agravante de que dos selecciones británicas y debutantes en un Mundial, Gales e Irlanda del Norte, sí alcanzaron los cuartos de final.

En el 62, en Chile, Inglaterra ya se lo tomó como un campo de pruebas para ‘su Mundial’, el de 1966. Y se vio las caras en el grupo con húngaros, búlgaros y argentinos. Comenzaron los británicos con un insulso empate sin goles ante Bulgaria, se redimieron con su única victoria del torneo ante Argentina (3 a 1) y cayeron por 2 a 1 ante Hungría. Pasaron a cuartos, pero allí esperaban los actuales y también futuros campeones. Brasil, sin Pelé (lesionado) apabulló a Inglaterra y la mandó a casa (4 a 2).

Habían pasado 12 años (4 campeonatos) desde que los ingleses comenzaran su andadura en los mundiales y ni una sola alegría, ni un solo nombre que recordar, ni un solo partido memorable, nada... Pero llegaba la hora de resarcirse... y ante su público.

Y ahí no fallaron los ingleses (aunque algunos pudieran pensar que contaron con alguna ayuda extra). La selección estaba entrenada por Alf Ramsey (después sería nombrado sir) y contaba con jugadores como Bobby Moore, Bobby Charlton o Geoff Hurst (autor de un triplete en la final y del gol más polémico de la historia de los mundiales). Pero este único título de la selección inglesa merece otro post. Ahora sigamos adelante.

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Del cetro mundial al ostracismo
En 1970, los ingleses defendían su cetro mundial en territorio americano (concretamente en México). Los campeones del mundo llegaban curtidos en mil batallas: todos querían eliminar al campeón. De hecho, en la Eurocopa del 68, Inglaterra eliminó a España a doble partido, pero cayó en las semifinales con claridad ante Yugoslavia. Su rendimiento en el Mundial era una incógnita. Sin embargo, los ingleses solventaron su pase a cuartos con cierto alivio. Empezaron con victoria ante Checoslovaquia y cayeron derrotados ante una gran Brasil, que ya apuntaba a título. Necesitaban ganar su último partido y lo hicieron con apuros ante Rumanía (1 a 0). Pero el destino le tenía reservada una gran sorpresa: el cruce de cuartos sería ante Alemania, la repetición de la final de Wembley cuatro años atrás. Los alemanes salieron nerviosos y los ingleses enchufados. Dos a cero ganaban los británicos a falta de 20 minutos, pero los germanos empataron en un final prodigioso y el gran Müller metió el tercero en la prórroga. Adiós a los campeones.


Para el Mundial de Alemania, en 1974, los ingleses no se clasificaron. Por primera vez desde 1950, los británicos se quedaron sin asistir a un Mundial. Pocos meses antes del evento, Sir Stanley Rous dejó la presidencia de la FIFA (que ostentaba desde 1961) en manos del Joao Havelange (el primer presidente no europeo). Pero se veía venir: en 1972, Alemania había ganado en Wembley para dejar a Inglaterra fuera de la fase final de la Eurocopa de 1972. Y el declive continuó cuatro años más tarde, cuando Inglaterra tampoco de clasificó para jugar el Mundial de Argentina de 1978 (donde sí estuvieron sus vecinos escoceses).

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El retorno
En el 82, en España, y con los equipos ingleses triunfando en Europa, la selección inglesa volvió a clasificarse para un Mundial. Pasaron la primera fase con gran contundencia (ganaron a Kuwait, Checoslocaquia y Francia), pero se quedaron en la segunda (otra vez a manos alemanas: ganaron a España pero perdieron ante los germanos) y vieron las semifinales por la tele.

En México, en 1986, se encontraron en cuartos de final con Maradona, con su mano de Dios y con el mejor gol de la historia de los Mundiales. A casa en cuartos de final.

Y en Italia 90 se vio a la segunda mejor Inglaterra de su historia. Paul Gascoine, David Platt, Cris Waddle, Stuart Pierce, Gary Lineker en su segunda juventud, Paul Ince, los últimos coletazos de Shilton... Quedaron encuadrados en un grupo complicado, con Holanda, Egipto y Eire. Y pasó Inglaterra por ganarle a Egipto en su primer partido. Después empató con Holanda y Eire, los dos más fuertes, y pasó por los pelos... En octavos esperaba Bélgica. Y los ingleses sufrieron. Empataron a cero y en la prórroga Lineker metió a los de las islas en cuartos. Allí esperaba la sorprendente Camerún, con Roger Milla como estandarte a sus cuarenta y tantos años. Y empataron a dos, y el campo estaba con los africanos, y los cameruneses jugaron mejor, pero Inglaterra volvió a pasar en la prórroga. Gol de David Platt. Pero en las semifinales esperaba Alemania. Y hasta ahí. Tercera prórroga seguida de los ingleses. A los penaltis y Alemania sigue adelante por 4 a 3. El tercer puesto fue para unos italianos más motivados que ganaron a los británicos por 2 a 1.

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Del cielo al infierno, otra vez... y la maldición de los penaltis
En Estados Unidos 94, Inglaterra volvió a quedarse fuera del Mundial, otra vez.

En 1998, en tierras francesas, nacía una nueva selección con Beckham y el prodigio Owen... pero los ingleses no pudieron en los penaltis ante una Argentina feroz en los octavos de final. Beckham había sido expulsado y la prensa lo culpó de la derrota.


Las dos siguientes participaciones inglesas en los mundiales acabaron en cuartos. En Corea y Japón 2002 pasaron de ronda en el grupo de la muerte (con Argentina, de la que se vengaron ganando y dejándola fuera; Nigeria y Suecia), le ganaron a Ecuador justitos (1 a 0), pero cayeron ante Brasil en cuartos —Seaman se tragó un disparo lejanísimo de Ronaldinho que hizo el 2 a 1—.

Cuatro años más tarde, en Alemania, los ingleses pasaron bien su grupo (primeros delante de Suecia, Paraguay y Trinidad y Tobago) y dejaron en la cuneta con claridad a Dinamarca (3 a 0), pero en los cuartos se toparon con un partido feo ante Portugal: 0 a 0 y los penaltis los enviaron a casa.

En Sudáfrica los ingleses empataron a uno con EEUU y a cero con Argelia para jugarse la clasificación en el último partido del grupo ante Eslovenia. Ganaron 1 a 0 con sufrimiento, pero esa mala fase de grupos le condenó a jugarse los octavos ante Alemania. Los teutones no tuvieron piedad y ganaron 4 a 1 para sumir a la selección inglesa en otra crisis de juego y resultados.

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Tocar fondo para renacer
En el Mundial de Brasil 14, Inglaterra tuvo mala suerte en el sorteo y cayó en el grupo de la muerte junto a Italia, Uruguay y la sorprendente Costa Rica. Los de Roy Hodgson debutaron ante Italia y cayeron por 2 goles a 1. Se enfrentaron a Uruguay sin margen de error y cayeron nuevamente por 2 a 1 con gol de Luis Suárez a dos minutos del final. El último partido ante Costa Rica lo empataron sin goles antes de hacer la maletas.

Hodgson continuó y clasificó al equipo con pleno de victorias para la Eurocopa de 2016 disputada en Francia, pero allí las cosas no le fueron nada bien. Cayeron en octavos ante la sorprendente Islandia y el técnico dimitió. Southgate, responsable de la sub 21, cogió la selección después de los extraños 67 días de Sam Allardyce y empezó a confiar en los jóvenes y a regenerar el equipo.

Inglaterra llegó a las semifinales del Mundial de Rusia habiendo perdido solo contra Bélgica en la fase grupos y yendo por la parte del cuadro más sencilla. Eso sí, sufrieron con Colombia, a la que eliminaron en penaltis en octavos; le ganaron a Suecia por 2 a 0 en cuartos y tropezaron ante los croatas en semifinales en la prórroga, cuando estaban a punto de hacer historia. Finalmente, acabaron cuartos con la sensación de haber desaprovechado una magnífica oportunidad de volver a ser campeones del mundo.

Y esa sensación se hizo aún más fuerte en la Eurocopa de 2020, disputada en 2021 por la pandemia, cuando en un torneo itinerante jugaron todos los partidos en Londres (salvo los cuartos de final ante la sorprendente Ucrania en Roma). Realizaron una muy buena primera fase, rompieron el mito germano derrotándolos en octavos de final por 2 a 0 y pasaron por encima de Ucrania en cuartos. Pero en el momento de la verdad pesó demasiado la responsabilidad. Ganaron a Dinamarca en la prórroga de las semifinales con un penalti muy, muy discutible y luego, en la final, pese a adelantarse en le marcador, no pudieron superar a Italia. La lotería de los penaltis les volvió a dar la espalda.

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Seguiremos...
Pero Inglaterra no se agota aquí, ni mucho menos. Nos quedan para más adelante un montón de cosas más:
- El por qué si hay que jugarse la clasificación a penaltis, todos (menos España) prefieren que el rival sea Inglaterra.
- El misterio de los guardametas británicos o la maldición de Shilton.
- Los canguelos de las figuras inglesas lejos de las Islas.
- De cómo el vencer a Alemania con malas artes trae sus consecuencias.
- Los grandes nombres vacíos de algunas de las estrellas de las Islas.

lunes, 26 de noviembre de 2007

¿Tan buenos son los ingleses?

Nos toca escribir sobre Inglaterra. Porque aunque la Premiere sea la mejor Liga del Mundo y los ingleses los inventores del fútbol, lo cierto es que su selección nunca ha sido una potencia mundial, por mucho que se esmere quien sea en defenderla. Los resultados están ahí y están para mostrarlos, comprobarlos y analizarlos. 

La selección inglesa ha ganado una Copa del Mundo, la celebrada en su país en 1966, y con esa victoria escribe con letras de oro su palmarés en una competición exigente y durísima junto a España (1 título), Francia Uruguay (2 títulos), Argentina (3), Alemania e Italia (4) y Brasil (5). Sería de locos no reconocer que si sólo 8 selecciones han ganado la Copa del Mundo (que se ha celebrado en 21 ocasiones), cualquiera de las que la han ganado son históricamente una potencia, pero sería bueno matizar un poco.

Uruguay ha ganado dos mundiales (1930 y 1950) y a día de hoy no es una potencia. Lo fue en los años 30, y aún mantenía su vitola de temible en 1950, pero con el paso del tiempo ya no asusta tanto y no se la considera una de las grandes (¡que me perdonen mis amigos uruguayos!). O España, que ganó el Mundial de Sudáfrica con la mejor generación de futbolistas de su historia, pero que sólo había pasado cuartos de final (y porque en esa edición no había cruces) en el Mundial de Brasil de 1950. Tampoco es una potencia actualmente ni lo ha sido en el pasado. 

Con Inglaterra pasa algo parecido, les guste o no. Para demostrarlo, va una de resultados: los ingleses han ganado una Copa del Mundo, la de 1966, pero antes de ese título NUNCA habían llegado a las semifinales del torneo y, después de su Mundial, sólo en Italia 90 alcanzaron la penúltima ronda (acabaron cuartos tras perder 2 a 1 con Italia en la final de consolación), cosa que volvieron a lograr en el reciente Mundial de Rusia 2018 (de nuevo cuartos tras caer ante Bélgica por 2 a 0 en la llamada final de consolación).

Comparemos con Brasil: 5 Mundiales, 2 subcampeonatos y 2 terceros puestos.
Comparemos con Italia: 4 Mundiales, 2 subcampeonatos, 1 tercero y 1 cuarto.
Comparemos con Alemania: 4 Mundiales, 4 subcampeonatos, 3 terceros y 1 cuarto.
Comparemos con Argentina: 3 Mundiales y 2 subcampeonatos.
Comparemos con Francia: 2 Mundiales, 2 subcampeonatos, 2 terceros y 1 cuarto. 
Comparemos con Uruguay: 2 Mundiales y 3 cuartos puestos.
Comparemos con España: 1 Mundial y 1 cuarto puesto.

Y hay selecciones que no han ganado ningún campeonato del mundo, pero que han llegado más veces a la final o a las semifinales que los ingleses y, además, han conseguido mejores resultados en la Eurocopa, porque los números ingleses en el Campeonato de la UEFA directamente asustan. 

De las 16 Eurocopas que se han disputado hasta la fecha, los Pross han llegado dos veces a las semifinales (en Italia 68 y, cómo no, en la edición disputada en su propio país: Inglaterra 96) y una a la final (también en Inglaterra en la Eurocopa 2020 disputada en 2021 a causa del COVID).

Comparemos con Alemania: 3 Europeos, 2 subcampeonatos y 1 tercer puesto.
Comparemos con España: 3 Europeos, 1 subcampeonato y 1 semifinal.
Comparemos con Italia: 2 Europeos, 2 subcampeonatos y 2 semifinales más.
Comparemos con Francia: 2 Europeos, 1 subcampeonato y 2 semifinales más.
Comparemos con Portugal: 1 Europeo, 1 subcampeonato y 2 semifinales más.
Comparemos con Holanda: 1 Europeo y 4 semifinales más. Además, los neerlandeses nunca han ganado un Mundial, pero han perdido dos finales en casa de los anfitriones (1974 en Alemania y 1978 en Argentina) y una tercera final ante España en Sudáfrica (2010), además de acabar cuartos en Francia 98 y terceros en Brasil 2014.

Podría extenderme más: Checoslovaquia jugó dos finales de la Copa del Mundo (cayó primero ante Italia en 1938 y después ante Brasil en 1950), ganó una Eurocopa (1976), ha sido subcampeona de Europa ya sólo como Chequia (en Inglaterra 96) y ha llegado tres veces más a las semifinales de la Euro. En fin... ¿acaso, por resultados, es más potencia Inglaterra?

No quiero abrumar, pero Hungría ha jugado dos finales de un Mundial (1938 y 1954), ha disputado dos veces las semifinales de la Eurocopa (1964 y 1972) y se ha colgado al cuello el oro Olímpico en 1952, 1964 y 1968; Suecia ha jugado una final de una Copa del Mundo (1958) y ha llegado tres veces más a las semifinales (1938, 1950 y 1994), a las que hay que sumar otra en la Eurocopa (1992); Croacia jugó la final del Mundial de Rusia en 2018 y alcanzó las semifinales en Catar 2022 y en Francia 98...

En fin, que Inglaterra no ha sido un referente importante en cuanto a selecciones nacionales ha quedado demostrado con datos objetivos, pero seguiremos en otro post con sensaciones, que siempre son más bonitas y mucho más ilustrativas. 

Pero recordad el palmarés de Inglaterra: Campeona del Mundo en 1966, cuarta del Mundo en 1990 y 2018; subcampeona de la Eurocopa de 2020 y semifinalista en las Eurocopas de 1968, en Italia, y de 1996, en su propio país.

PD. Me he dejado un sinfín de selecciones por nombrar, ya lo sé, por ejemplo la extinta Unión Soviética, la URSS, campeona de Europa en el 60, subcampeona en el 64 y en el 88 y cuarta en el 64, además de ser semifinalista en el Mundial que ganaron los ingleses... pero no se trata de insistir demasiado.

viernes, 16 de noviembre de 2007

El Maracanazo, la catástrofe sobre la que Brasil forjó su legendaria historia en la Copa del Mundo

Brasil no sólo es la selección que más títulos mundiales ostenta, no sólo es la única pentacampeona del mundo hasta el momento, sino que tiene otros récords nada desdeñables en un campeonato tan exigente, peculiar y complejo como la Copa del Mundo.

De entrada, la canarinha es la única selección que ha estado presente en todos los Mundiales. Desde el primero, celebrado en Uruguay en 1930, hasta el último, que se está disputando ahora mismo en Catar en 2022. La suma nos da 22 torneos, un hito del que ninguna otra selección del mundo puede presumir.

Brasil tuvo que esperar hasta 1958, en el sexto torneo de la historia, para ganar levantar su primera Copa del Mundo. Pero lo hizo a lo grande, en continente enemigo, en Europa, en Suecia, gesta que nadie volvió a repetir hasta que los alemanes ganaron el Mundial de Brasil 2014 cincuenta y cinco años después.

Repitió título la verdeamarelha en 1962 en Chile, para igualar en títulos a Uruguay e Italia. Ganó el Mundial más espectacular que se recuerda, el de México 70, y se quedó la Copa Jules Rimet en propiedad al ser la primera selección que ganaba el torneo en tres ocasiones. En Estados Unidos 1994 consiguió su cuarto entorchado, y redondeó su cuenta con el quinto en 2002, la primera vez que un Mundial no se disputaba ni en Europa ni en América, en el primer Mundial asiático, en el primer Mundial del siglo XXI, en la sorprendente Copa del Mundo de Corea y Japón.

Pero, para que la selección más importante de la historia del fútbol empezara a escribir las primeras líneas de sus páginas doradas, primero hubo de padecer el drama futbolístico y social más importante de la historia del fútbol: el Maracanazo.

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Brasil organizó el torneo de 1950, el primer Mundial después de la Segunda Guerra Mundial, tras un parón de 12 años. El país no había sufrido como otros los desastrosos efectos de la guerra y vivía un periodo de estabilidad económica y social y de efervescencia cultural notable. Para los brasileños, organizar la Copa del Mundo de fútbol era un auténtico honor, una responsabilidad y una manera de darse a conocer al mundo de la mejor manera posible, a través de la pelota. Quizá por eso, construyeron el estadio más grande y moderno del momento, Maracaná, con capacidad para 200.000 espectadores, en la ciudad de Río de Janeiro.

En ese nuevo y monumental estadio se disputarían los partidos más importantes del torneo, que no la final, ya que el de Brasil fue el primer y único Mundial que no tuvo final propiamente dicha, aunque después la pelota se encargó, como siempre, de dictar sentencia y, como tal, fue la pelota la que declaró que el partido entre Brasil y Uruguay sería, sin ser una final, la final más recordada de una Copa del Mundo.

La canarinha presentó en el Mundial una selección de campanillas, dirigida desde el banquillo por Flavio Costa, que se había impuesto con una solvencia inusitada en el Sudamericano de 1949, también disputado en tierras brasileras. En ambos casos, el Sudamericano y el Mundial, faltaba Argentina, inmersa en una disputa con la Confederación Brasileña de Fútbol y también en una disputa interna con sus propios jugadores, que decidió no acudir a ninguna de las dos competiciones. Aún así, el triunfo de los Barbosa, Ademir, Jair, Chico, Zizinho y compañía en el Sudamericano fue incontestable y también un aviso a navegantes. Si alguien quería el título Mundial debería peleárselo a los brasileros.

Al potencial del equipo anfitrión había que añadir que Italia, la última campeona del mundo, aunque su título datara de 1938, de la época de Pozzo, había perdido a la mayoría de sus mejores jugadores en la tragedia aérea de Superga, cuando el avión que transportaba a los jugadores del mejor Torino de la historia se estrelló, pereciendo todos en el accidente.

Así pues, la lista de grandes rivales que aparecían en el horizonte brasilero se ceñía a Inglaterra, que debutaba en una Copa del Mundo; a Suecia, campeona olímpica en Londres dos años antes; y, como mucho, a una Uruguay desconcertante que hacía tiempo que no lucía sus mejores galas, pero que era competitiva como pocas y que había levantado la Copa del Mundo en la única ocasión que la había disputado.

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La primera fase despejó algunas dudas. La primera, el papel de Inglaterra, que se fue a casa a las primeras de cambio tras caer ante Estados Unidos en el llamado Milagro de Belo Horizonte (0-1) y volver a tropezar ante España en el partido que cerraba el grupo (0-1). Los británicos no serían rival para los brasileños. En todo caso, España, que se clasificó para la final a cuatro que había decretado la organización.

Suecia sí cumplió con las expectativas, aunque con suspense. La campeona olímpica derrotó a una Italia marcada por la tragedia de Superga. Sin los futbolistas del Torino fallecidos en el accidente de avión y tras una interminable travesía oceánica por miedo a que volviera a ocurrir otra tragedia, los campeones del mundo cayeron por 3 goles a 2 ante los escandinavos. Pero después los suecos empataron a dos tantos ante Paraguay, por lo que los guaraníes tenían opciones de clasificarse si derrotaban a Italia en el partido que cerraba este grupo de tres selecciones. Sin embargo, la calidad y el orgullo de la azzurra fueron un escollo insalvable para Paraguay, que se despidió del torneo tras caer por 2 goles a 0 ante Italia. Suecia se metía en el cuadrangular final.

La Garra Charrúa fue quien más fácil lo tuvo para acceder a la fase final. De su grupo se cayeron India y Turquía, que renunciaron a participar en el torneo pese a haberse clasificado, así que los orientales se enfrentarían a Bolivia a partido único. Uruguay no tuvo piedad y venció con un rotundo 8 a 0 en el que destacó el delantero centro Óscar Míguez, que anotó tres tantos, y cómo no, su gran estrella, Schiaffino, que anotó dos más y llevó el timón del juego del equipo.

Brasil, evidentemente, completó el cupo de equipos que disputarían el cuadrangular final, aunque no enamoró a sus aficionados en una primera fase casi de tanteo y donde los futbolistas empezaron tensos, con la responsabilidad de ganar el torneo pesando como una losa sobre sus espaldas. Los anfitriones llenaron Maracaná en su debut ante México y, aunque el partido acabó con un incontestables 4 a 0 para los brasileros, a los de Flavio Costa les costó mucho cerrar el partido. Ademir había adelantado a los anfitriones a los 30 minutos, pero los espectadores hubieron de esperar al cuarto de hora final para celebrar definitivamente su primer triunfo. Jair hizo el segundo, Baltazar el tercero y Ademir repitió para cerrar la goleada.

El partido ante Suiza parecía un mero trámite, sobre todo tras la derrota de los helvéticos ante Yugoslavia (3-0), la única selección que parecía poder inquietar a los anfitriones. Sin embargo, las estrellas brasileñas se encontraron con un equipo serio, ordenado y muy cerrado, poniendo en práctica el famoso cerrojo suizo, una especie de reelaboración autóctona del catenaccio. Y eso que Alfredo había adelantado a Brasil a los tres minutos de juego en lo que parecía el inicio de una exhibición. Pero los suizos empataron un cuarto de hora más tarde por mediación de Jackie Fatton y sembraron de dudas a los de Flavio Costa, que no encontraban la forma de acercarse con peligro a la meta de Stuber. De todas formas, la calidad de los anfitriones la puso de manifiesto Baltazar a los 32 minutos, cuando volvió a adelantar a Brasil para delirio de todo el estadio Pacaembí. Pero los suizos aguantaron de pie y llegaron al final del partido con el marcador ajustado, llevando el runrún a la grada. Al final, a falta de dos minutos, Jackie Fatton se aprovechó otra vez del nerviosismo local y anotó un empate a dos que no sentó nada bien a la torcida brasilera.

El choque ante Yugoslavia, que había derrotado también a México con claridad (4-1) para liderar momentáneamente el grupo, se había convertido en una final antes de tiempo. Si los de Flavio Costa no eran capaces de vencer en Maracaná se despedirían del torneo. Pero para ese partido el técnico ya había dado con la tecla y confeccionó un once que repetiría en toda la segunda fase con levísimos retoques. Barbosa en portería y Agusto y Juvenal en defensa eran intocables y habían jugado todos los minutos del torneo. Por delante de ellos alineó Costa en el centro del campo a Alvim, escoltado por Bigode y Bauer y arriba cinco atacantes temibles: Chico, Jair, Ademir, Zizinho y Maneca (Friaca le quitaría el puesto en la final ante Uruguay). Ademir anotó su tercer tanto en el torneo a los cuatro minutos y la torcida respiró. Zizinho hizo el segundo mediada la segunda parte para sentenciar el choque y cerrar definitivamente una clasificación que se había sufrido más de lo esperado. Pero, finalmente, Brasil optaría a levantar su primera Copa de Mundo ante su público.

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Hasta la fase final habían llegado las selecciones de España, Suecia, Uruguay y Brasil, pero no habría semifinales y final, sino una liguilla en la que jugarían todos contra todos. El campeón de la liguilla levantaría la Copa del Mundo.

Uruguay, una auténtica incógnita tras haber disputado un solo encuentro ante una débil Bolivia, empezó renqueante el grupo final en Pacaembú, ya que empató a dos goles con España, mientras Brasil vapuleaba a Suecia en Maracaná con un contundente 7 a 1. La máquina brasileña por fin se había engrasado y los de Flavio Costa disfrutaron e hicieron disfrutar a su público en un encuentro en el que Ademir hizo cuatro tantos para alcanzar ya los siete en todo el torneo. Cuando Sune Andersson hizo el gol del honor escandinavo los brasileños ya ganaban cinco a cero. Aún anotarían Maneca y Chico para dar un golpe rotundo sobre la mesa.

En la segunda jornada, la Garra Charrúa se deshizo de Suecia, de nuevo en Pacaembú, con muchísimas dificultades, remontando un encuentro que perdía 1 a 2 al descanso. Dos goles de Óscar Míguel en la recta final del encuentro dieron el triunfo a Uruguay por 3 a 2. Un resultado que mantenía a los orientales vivos en la pelea por el título, aunque parecía una quimera ganar a Brasil en Maracaná en el último partido, que era el único resultado que haría campeón del mundo a Uruguay.

Porque los brasileños habían vuelto a exhibirse ante España como cuatro días antes hicieran contra Suecia. A la media hora de juego, Ademir, Jair y Chico habían batido ya a Ramallets, el gato de Maracaná, y el estadio era un auténtico carnaval. En la segunda mitad, repitieron Ademir y Chico y Zizinho se sumó a la fiesta para poner un 6 a 0 en el marcador que maquilló Igoa con el gol del honor a falta de veinte minutos para el final. Brasil entera salió a la calle para celebrar el campeonato tras el encuentro, dando por hecho que la victoria ante Uruguay era un mero trámite. Como quien se presenta cada día en la oficina.

Los medios de comunicación sacaron portadas con la foto de los integrantes de la selección brasileña proclamándolos campeones del mundo antes de tiempo. Los mismos directivos de la selección uruguaya animaban a sus jugadores diciéndoles que con que no les metieran cuatro en la final habrían cumplido y hasta el presidente de la FIFA tenía preparado su discurso en portugués y una ceremonia espectacular para entregar la Copa a los brasileños. Pero la Garra Charrúa nunca será un convidado de piedra. Y no lo fue en Maracaná. Faltaría más.

***

El 16 de julio de 1950, a las 15:00, en Pacaembú empezaba un partido entre Suecia y España que sólo interesaba a esas dos selecciones. Acabó con victoria sueca por 3 tantos a 1 y dio a los escandinavos el tercer puesto en el Mundial. Los españoles acabaron cuartos.

Pero ese mismo 16 de julio de 1950, también a las 15:00, los ojos del mundo estaban puestos en Maracaná, donde los brasileños se disponían a rubricar una segunda fase extraordinaria con una victoria que les permitiera levantar la Copa del Mundo por primera vez en su historia. En realidad, ni siquiera necesitaban ganar. Con un empate les bastaba. Pero los de Flavio Costa querían ofrecerles una victoria a los 200.000 espectadores que llenaban el estadio de Maracaná y a los aficionados de todo el país. Pero...

El Negro Varela ya salía al césped animando a sus compañeros uruguayos, intentando hacerse oír entre el griterío ensordecedor que se apoderó de todo el estadio: “Los de afuera son de palo, viejos. Jugamos once contra once”. Y el árbitro inglés George Reader pitó para dar por iniciado el último partido de la Copa del Mundo de 1950.

La primera parte fue un acto de resistencia y valentía uruguaya ante una Brasil que no encontraba el camino para hacer daño a los orientales. Una primera parte que acabó sin goles y que metió el miedo en el cuerpo de los aficionados y, sobre todo, de los futbolistas brasileños, que no esperaban tanta resistencia. Se creían que les iban a hacer el pasillo… pero lo cierto es que las ocasiones más claras fueron uruguayas. Bigode ya había demostrado a los siete minutos cuánto iba a sufrir con Ghiggia esa tarde cuando lo derribó tras el enésimo quiebro del charrúa. Al cuarto de hora, Schiaffino no pudo precisar su remate tras un centro de Morán. Ademir respondió con un cabezazo que envió el portero Máspoli a córner con apuros en la única ocasión clara de Brasil en toda la primera mitad. De hecho, la sensación de miedo se incrementó porque a dos minutos del final de la primera parte Óscar Míguez recogió un mal rechace de Bauer y remató con fe para estrellar la pelota en el palo de Barbosa. El susto en el cuerpo les duró a los aficionados brasileños todo el descanso.

Sin embargo, tras el paso por los vestuarios, el escenario cambió radicalmente porque los brasileiros se adelantaron a los dos minutos. Zizinho cedió la pelota a Ademir en tres cuartos de campo, el goleador le metió un pase preciso a Friaca al espacio y el extremo brasileño remató cruzado ante Máspoli para hacer estallar de júbilo y alegría a las 200.000 personas que llenaban Maracaná y a un país entero que lo oía por la radio. Mientras, Obdulio Varela reclamaba al colegiado un fuera de juego inexistente una y otra vez, una y otra vez, intentando rebajar la euforia brasileña y frenar la hipotética avalancha que se les venía encima. Y así, poco a poco, Uruguay empezó a contener las oleadas ofensivas brasileñas y fue acercándose con peligro a la meta de Barbosa ante la incredulidad de una grada que no acababa de sentirse cómoda y a salvo ante la amenaza charrúa.

Schiaffino avisó con un tiro desviado tras una magnífica jugada de Julio Pérez a los ocho minutos del segundo tiempo. Catorce minutos más tarde, el goleador de Peñarol haría enmudecer Maracaná. Ghiggia se la lió a Bigode por enésima vez en la banda derecha, entró al área brasileña y centró para la llegada de Schiaffino, que se sacó un remate a la media vuelta imparable para Barbosa. Quedaban 23 minutos de encuentro y el marcador reflejaba un sorprendente e inesperado uno a uno. Y lo peor estaba por llegar. Porque Ghiggia volvió a superar a Bigode y a centrar de nuevo para un Schiaffino que esta vez no acertó con un cabezazo que envió fuera por poco. En ese instante, el miedo se había convertido en pánico en el estadio.

Y pasó lo que se intuía que pasaría. Que Uruguay marcó de nuevo. Corría el minuto 34 del segundo tiempo y Julio Pérez y Ghiggia se pasaron varias veces la pelota en tres cuartos de campo sin que los brasileños pudieran robársela. Al final, Pérez le envía un pase largo a Ghiggia. El extremo supera en velocidad a Bigote y entra por la derecha en el área brasileña. Barbosa cree que va a centrar como en el primer gol y da un pasito a su derecha. Corto, pero suficiente. Porque Ghiggia golpea directamente a portería, al palo de Barbosa, que rectifica y se lanza al suelo a intentar atrapar la pelota. La toca con la yema de los dedos, pero un silencio sepulcral se ha apoderado del estadio. Barbosa se gira sólo para comprobar lo inevitable: el balón está en el fondo de su portería y ahora Uruguay es campeón del mundo.

Aún le quedan a Brasil unos diez minutos para intentar hacer el gol del empate que les daría la Copa del Mundo, pero ya nadie es capaz de echarse el equipo a la espalda con un estadio absolutamente petrificado, callado, hundido, abatido, deprimido. Como todo un país. Y llegó el final del encuentro y Obdulio Varela recibió la Copa en un rincón del estadio, casi a escondidas, de la mano de Jules Rimet, que no pudo sacar del bolsillo el discurso que tenía escrito en portugués felicitando al campeón.

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La dimensión de lo que significó el Maracanazo para Brasil es muy difícil de calibrar. Se habla de suicidios ya en el mismo estadio. Se habla de una profunda pena colectiva, de una tremenda herida que sólo empezaría a cerrar con la irrupción de Pelé y Garrincha en la Copa del Mundo de Suecia de 1958, ocho años más tarde. Se habla del martirio que hubo de padecer Barbosa, el guardameta de Brasil, arrinconado por todos durante toda su vida, y, en menor medida, algunos compañeros de selección. Se habla de que Brasil, que jugó el Mundial de blanco, cambió de indumentaria tras el desastre y estrenó la verdeamarelha que, a partir de ese momento, identificó a la selección brasileña y con la que alcanzaría la gloria.

Y de esa tremenda derrota que nadie esperaba, de esa pesadilla que quedó grabada a fuego en los corazones de todos los brasileños, los de entonces y los que vendrían después, de los rescoldos de esa hoguera nació una selección mítica que se hubo de sobreponer a la mayor derrota de su historia para empezar a escribir otra totalmente gloriosa. Porque primero hubo de venir el Maracanazo, para que Brasil fuera Brasil.

Sesenta y cuatro años más tarde, ya con las cinco estrellas bordadas en su camiseta verdeamarelha, Brasil volvió a sufrir otra pesadilla. De nuevo en casa, ante su gente. Esta vez en Belo Horizonte, en el estadio Mineirao. De nuevo en la Copa del Mundo. Esta vez en semifinales. Esta vez fue Alemania la que trastabilló la conciencia futbolística de todo un país venciendo a Brasil por 7 goles a 1 en la mayor goleada que ha recibido la canarinha en toda su historia. Por analogía con el Maracanazo se le llamó el Mineirazo. De ese segundo desastre en la Copa del Mundo intenta levantarse ahora Brasil. Sólo tiene que mirar atrás, recordar su propia historia. Porque del monumental desastre de 1950 se levantó. ¡Y de qué manera!

Un paseo por la historia de todos los Mundiales

El Mundial de Fútbol es, con permiso de las Olimpiadas, el torneo más popular, más seguido, más esperado y más venerado en todo el mundo y encarna desmesuradamente todas las características que han convertido al fútbol en el deporte por antonomasia: la mística, la emoción, la pasión desbordada, los sentimientos a flor de piel, los episodios inenarrables y las gestas más recordadas.

Pero el camino recorrido por este torneo no ha sido fácil y, de hecho, es increíble que superara todos los escollos, sobre todo en los inicios, para convertirse en lo que es hoy. Un largo camino de inicios titubeantes a finales de los años 20, con dos torneos olímpicos de fútbol memorables que marcarían la necesidad de crear una competición única y exclusivamente de fútbol donde participaran las mejores selecciones con sus mejores jugadores, aunque fueran profesionales.

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El proyecto de Jules Rimet superó la negativa de la mayoría de equipos europeos a desplazarse a tierras charrúas en 1930 en el primer Mundial de la historia que ganó Uruguay y que supuso el inicio de una historia maravillosa.

Superó también los difíciles tiempos de entreguerras, marcados por el fascismo en Europa y un clima prebélico que no impidió que se disputaran los torneos de Italia 1934 y Francia 1938, ambos ganados con puño de hierro por la Italia de Pozzo, aunque en el primero de ellos hubiera de recurrir a los oriundi.

La devastación que provocó la II Guerra Mundial parecía que acabaría definitivamente con la Copa del Mundo de fútbol, pero el germen que se había sembrado era demasiado fructífero. Después de la tragedia, la humanidad no tenía más remedio que salir adelante poco a poco y el fútbol, que ya había adquirido un papel determinante en la nueva sociedad, también lo hizo.

Por eso el Mundial volvería en Brasil en 1950 en todo su esplendor, con una puesta en escena difícil de imaginar, con el Maracanazo protagonizado por la garra charrúa, pero también con Inglaterra cediendo por fin al empuje del torneo, admitiendo que tenía que participar en el campeonato, pero volviendo a casa antes de tiempo con el mundo totalmente sorprendido.

Y siguió adelante cuatro años después, en Suiza en 1954, con el Milagro de Berna alemán y la miel en los labios de los Mágicos Magiares húngaros, que acabaron tocando la copa con la yema de los dedos tras eliminar a la subcampeona, Brasil, y a la campeona, Uruguay, para que se les acabara escapando camino de Alemania Federal en las manos del superviviente Fritz Walter

Y siguió cuatro años después, en Suecia en 1958, con el desagravio de Brasil, la de Pelé y Garrincha, la de Vavá, Zagallo y Altafini, que alzó por fin la tan ansiada Copa del Mundo en un torneo fantástico repleto de historias, anécdotas y goles, muchos goles.

Y en Chile en 1962, donde la violencia en los terrenos de juego fue protagonista, pero también la clase y la calidad de muchos futbolistas, entre los que destacó Garrincha, que volvió a hacer campeón a Brasil.

Y en Inglaterra en 1966, con los ingleses ganando su primer y único mundial hasta la fecha con un gol fantasma ante Alemania en la prórroga que a día de hoy aún se cuestiona. Con Portugal debutando en una Copa del Mundo bajo el paraguas de Eusébio y quedando tercera. Con Corea del Norte debutando en un Mundial y eliminando a Italia. Un torneo que tuvo de todo... Incluso fue el germen de la invención de las tarjetas tras la expulsión del capitán argentino Antonio Rattín

Y en México en 1970, donde la Brasil de los 5 dieces se hizo con el tricampeonato y se quedó la Copa Jules Rimet en propiedad después de un torneo extraordinario al que habían llegado entre polémica por la destitución / renuncia de Joao Saldanha. Un Mundial memorable caracterizado por el buen fútbol y los goles, un montón de goles.

Y siguió la Copa del Mundo en Alemania Federal en 1974, con la presentación en sociedad de la Naranja Mecánica, la Holanda de Cruyff, aunque el torneo se lo llevara la Alemania de Beckenbauer, Müller, Sepp Maier y Paul Breitner mientras los neerlandeses engrosaban la lista maldita de los campeones sin corona. Que bien pudieron ser también las Águilas de Gorski de Polonia con Lato a la cabeza... 

Y siguió el Mundial en Argentina, en 1978, en medio de una dictadura terrible que no fue motivo suficiente para no disputar allí la Copa del Mundo (como pasará en 2022 Qatar). Una Copa del Mundo que fue la de la gloria para la Argentina futbolística y la del dolor de los desaparecidos, torturados y asesinados también para Argentina. La Copa del Mundo donde la Naranja Mecánica, sin Cruyff, volvió a jugar la final contra los anfitriones… y la volvió a perder.

Y siguió el Mundial en España en 1982, donde Italia levantó su cuarta Copa del Mundo eliminando a la Brasil de Telé Santana, la de Sócrates, Zico y Falcao, y también a Argentina, la actual campeona, con los goles de Paolo Rossi. Una Italia capaz de hacer eso… y capaz también de superar la primera ronda con tres empates y solo dos goles a favor. El Mundial de la Francia de Platini apeada por Alemania en una de las semifinales más grandiosas que se recuerdan en una Copa del Mundo.

Y volvió el Mundial a México en 1986, donde Maradona se consagró como el mejor jugador del planeta y Argentina cosió en su camiseta su segunda estrella. Por el camino quedaron la Alemania de Matthäus, la Bégica de Ceulemans y Scifo, la Francia de Platini, la Inglaterra de Lineker, la España del Buitre o la Unión Soviética de DassaevBelanov (en realidad del técnico Lobanovsky) en un torneo maravilloso. 

Y viajó la Copa del Mundo hacia Italia en 1990, donde Schillaci vivió una historia maravillosa y Camerún sorprendió al mundo y demostró que la grandeza y la evolución del fútbol africano. Donde la Inglaterra de Lineker y Gascoigne estuvo a punto de reverdecer viejos laurales. Donde Alemania levantó su tercera Copa del Mundo en una final repetida en cuanto nombres pero no en cuanto a juego.

Y el Mundial se fue a Estados Unidos en 1994, a la tierra del “soccer”, donde se disputó un torneo magnífico repleto de sorpresas que hizo disfrutar a los aficionados hasta la final, donde se vivió el primer empate sin goles y la primera tanda de penaltis en una finalísima entre dos clásicos mundialistas: Italia y Brasil. Fue el de Estados Unidos el torneo de los modestos: el de Suecia, el de Bulgaria y el de Rumanía. Y el de Roberto Baggio, héroe sin premio. Y el torneo donde Maradona se despidió de los Mundiales por la puerta de atrás.

Y la Copa del Mundo viajó a Francia en 1998 para que la levantara por primera vez la selección del Gallo, una Francia multicultural capitaneada por Zidane capaz de derrotar a una grandísima Brasil que se quedó sin fuelle en el peor momento. Por el camino quedó la debutante Croacia, que sorprendió a propios y extraños con un tercer puesto increíble, o la Holanda de Guus Hiddink, que fue cuarta y eliminó a la Argentina de Passarella en cuartos de final de un torneo memorable.

Y el Mundial emigró por primera vez al continente asiático (y por primera vez lo organizaron dos países distintos). Corea del Sur y Japón en 2002 fue el torneo donde Ronaldo se quitó la espinita y pudo levantar la quinta Copa del Mundo para Brasil a costa de Alemania. Fue también el torneo donde los árbitros allanaron claramente el camino a Corea del Sur y donde Turquía hizo historia alcanzando las semifinales (cargándose al otro anfitrión, Japón, en los octavos de final) y obteniendo el tercer puesto, su mejor resultado en un Mundial.

Y la Copa del Mundo volvió a Alemania en 2006 para que se la llevara su bestia negra, Italia. Nada nuevo bajo el sol. Un torneo extraordinario en lo futbolístico que acabó con el mejor jugador presa de un ataque de locura en el día en que había de poner el broche final a su magnífica carrera. El del cabezazo de Zidane, vaya.

Y acogió Sudáfrica la primera Copa del Mundo celebrada en África en 2010. Una Copa del Mundo que levantó España superando miedos y complejos casi eternos con el golazo de Iniesta en el minuto 116. Enfrente, Holanda perdía su tercera final para certificar su mal fario en las finales, mientras que la Uruguay de Forlán y Suárez reverdecía viejos laureles alcanzando las semifinales 44 años después.

Y volvió el Mundial a Brasil en 2014, para volver a hacer llorar a los brasileños 64 años después del Maracanazo con el Mineirazo alemán. Precisamente la Alemania de Low recogió el testigo de España y de la misma forma: adueñándose de la Copa en el último suspiro de la prórroga ante la Argentina de Messi.

Y la Copa del Mundo visitó Rusia en 2018, para contemplar cómo una nueva generación multicultural francesa forjada por uno de los capitanes del 98 volvía a levantar la Copa del Mundo para coser la segunda estrella en su camiseta. Y veía cómo, exactamente igual que en el 98, Croacia quería sumarse a la fiesta y alcanzaba una final histórica que superó el tercer puesto de los Suker, Boban, Vlaovic, Jarni y compañía.

Y en el Mundial de Catar 2022 Messi saldó su deuda con Argentina en la Copa del Mundo en una final espectacular ante la Francia de la nueva estrella mundial, Mbappé, que vendió carísimo el cetro mundial a base de casta y goles.

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Porque a partir del regreso del torneo tras la Segunda Guerra Mundial, la Copa del Mundo ya no se interrumpió a jamás, con los aficionados esperando con ansia la llegada de un nuevo torneo cada cuatro años en el que se darán cita ineludiblemente los mejores futbolistas del mundo defendiendo los colores de su selección. 

Y se fueron sucediendo e intercalando las heroicidades y las tragedias, las alegrías y las penas, los ángeles y los demonios, las revelaciones y las decepciones, los hitos y los desastres, las gestas y los ridículos, los héroes y los villanos, la nobleza y las miserias, las maldiciones y los misterios, la gloria y el dolor...

Se fueron gestando los grandes equipos que marcaron épocas, generaciones doradas de selecciones. Algunas ganaron el torneo y otras no, pero el escaparate el Mundial las puso a todas en el mapa del planeta fútbol. Y a los protagonistas, los jugadores y técnicos, los goleadores y los porteros, las estrellas y los estrellados, y todas las historias que han vivido, sentido y sufrido. Incluso las goleadas que alguna vez se han comido.

En este blog se pretende desgranar poco a poco todo eso. Desde el primer Mundial de 1930 hasta nuestros días, poco a poco, paso a paso, dando saltos en el tiempo, yendo atrás y adelante, disfrutando de todas las historias que se esconden tras un torneo mágico y casi centenario que nos sigue poniendo la piel de gallina cada cuatro años, que nos sigue haciendo disfrutar como cuando éramos pequeños y teníamos las ilusiones y los sueños intactos.

Porque aquí escribiremos sobre fútbol, pero iremos mucho más allá del fútbol.

Porque el fútbol es entretenimiento y diversión.

Porque el fútbol es pasión.

Porque el fútbol son recuerdos.

Porque el fútbol es cultura.

Porque el fútbol es historia.

Porque el fútbol es anécdota.

Porque el fútbol es, a veces, política. Y otras veces, también.

Porque el fútbol es, a veces, engaño. Y, otras veces, un milagro.

Porque el fútbol es, a veces, una ciencia.

Porque el fútbol es, a veces, una lotería.

Porque el fútbol es identidad.

Porque el fútbol son símbolos.

Porque el fútbol es literatura.

Porque el fútbol es magia pura.

Porque el fútbol es un regreso a la infancia.

Porque el fútbol es, como decía Arrigo Sacchi, la más importante de las cosas menos importantes.

Porque el fútbol es, como decía Bernard Saw, el arte de comprimir la historia universal en noventa minutos.

Porque, al final, el fútbol es un juego maravilloso y la protagonista siempre ha sido y sigue siendo la pelota. 

Y, como dijo Maradona, la pelota no se mancha.