"El fútbol es la única religión que no tiene ateos", Eduardo Galeano

jueves, 4 de abril de 2024

La leyenda negra de Michael Ballack, una estrella con fama de gafe

En el año 2002, el centrocampista alemán Michael Ballack, Micha para los amigos, tenía 25 años y ya hacía tiempo que lo apodaban “el joven Káiser”, un epíteto que nunca le acabó de hacer justicia pese a su tremendo talento. Quizá fuera porque el Káiser original fue un tal Franz Beckenbauer y su sucesor Lothar Matthaüs. Palabras mayores.

A Ballack, que fue un magnífico futbolista, le faltó una gran actuación personal en un partido decisivo para postularse al título de Káiser del fútbol alemán. Le sobraron unos cuantos problemas musculares y un buen puñado de lesiones. Le faltó un título internacional de prestigio. Le sobró una pizca de ansiedad en los momentos decisivos. Le faltó un poco de carisma. Le sobró, quizá, un poco de ego y arrogancia. Le faltó un poco más de compromiso.

Y le sobraron, desde luego, toneladas y toneladas de mala suerte.

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Micha nació en septiembre de 1976 en la ciudad más oriental de Alemania, Görlitz, junto al río Neisse, un afluente del Oder, frontera natural de Alemania y Polonia, en aquel momento perteneciente a la República Democrática Alemana. A los siete años, sus padres, viendo que destacaba en el equipo de fútbol del colegio, lo inscribieron en el Chemnitzer FC y pronto empezó a destacar.

Su habilidad con la pelota, que manejaba con ambas piernas, su poderío físico y su tremenda llegada lo convirtieron en uno de los futbolistas más prometedores de toda Sajonia. Por eso, en 1995, a punto de cumplir los 19 años y recién salido del equipo juvenil, firmó su primer contrato profesional con el equipo de Chemnitz, que militaba entonces en la segunda división alemana.

Pese a la irrupción de Micha, el Chemnitzer FC acabó descendiendo esa temporada a la Regionalliga (la tercera división) y el joven centrocampista empezó la siguiente temporada convirtiéndose en una pieza indispensable del equipo en una categoría que se le quedaba muy pequeña. De hecho, el centrocampista se salió, aunque sus grandes actuaciones no bastaron para conseguir el ascenso de su equipo. Pero dio igual…

Porque el Kaiserslautern, que acababa de ascender esa temporada a la Bundesliga tras un breve paso por el infierno de la Bundesliga 2, se lanzó a por su fichaje y el míster Otto Rehhagel le hizo debutar en la máxima categoría del fútbol teutón en la séptima jornada de la temporada 1997-98. En apenas dos campañas, Michael Ballack había pasado de la tercera división alemana a codearse con las rutilantes figuras de la Bundesliga defendiendo la camiseta de los Diablos Rojos. Acababa de nacer una estrella del fútbol alemán.

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Y es que Ballack cayó de pie en un Kaiserslautern recién ascendido que sorprendió a todo el mundo y se proclamó campeón de liga por delante del todopoderoso Bayern de Múnich, con “el joven Káiser” como una de las irrupciones más imponentes del campeonato. A sus 21 años y en su debut en la máxima categoría del fútbol alemán, Micha conquistaba su primera liga. Un auténtico hito para un jugador que empezó a ser objeto de deseo de todos los grandes de Alemania.

De hecho, Ballack sólo duró una temporada más con los Diablos Rojos. Cinco millones de marcos tuvieron la culpa. Porque en el verano de 1999, el Bayer Leverkusen lo contrató para discutirle al Bayern de Múnich la hegemonía en Alemania. Y, de nuevo, Micha llegó para besar el santo. El equipo se mantuvo líder durante gran parte del campeonato y afrontó la última jornada por delante del gigante bávaro. Los de Leverkusen sólo tenían que conseguir un punto frente al Unterhaching para proclamarse campeones de liga por primera vez en su historia. Pero ahí comenzó el gafe de Ballack y la desgracia del Bayer Leverkusen.

El Unterhaching transitaba a media tabla y no se jugaba nada más que el prestigio en ese partido crucial, pero los nervios atenazaron a los jugadores del Leverkusen, que acabaron cayendo por dos goles a cero con un tanto en propia puerta del mismísimo Ballack. Los bávaros no desaprovecharon el regalo y vencieron por 3 a 1 al Werder Bremen para conquistar la Bundesliga.

Era el principio del “Neverkusen” y de la leyenda negra de Michael Ballack.

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De todos modos, y pese a perder el título de liga en la última jornada, el prometedor futbolista tuvo la oportunidad de debutar con la Mannschaft en un torneo importante. El seleccionador Erick Ribber le convocó para la Eurocopa de 2000, que se disputaría en Bélgica y Países Bajos, donde estrenó el número 13 en su espalda.

“El joven Káiser” debutó en el torneo en la segunda parte del segundo partido, el que enfrentaba a Alemania ante Inglaterra y que acabó con derrota de la Mannschaft por un gol a cero. En el choque decisivo ante Portugal, Ballack fue titular, pero el seleccionador lo cambió al descanso. Ya tenía una tarjeta amarilla y el equipo perdía 1 a 0 un encuentro que debía ganar para seguir adelante en el torneo. Alemania acabó cayendo por 3 a 0 y se despidió de la Eurocopa a las primeras de cambio. Sin embargo, ese día la Mannschaft encontró al futbolista que en un futuro no muy lejano iba a ser su capitán.

La temporada 2000-01 el Bayer Leverkusen de no estuvo en disposición de luchar por la Bundesliga, aunque las grandes actuaciones del Káiser sirvieron para que el equipo acabara obteniendo una plaza para la disputa de la Liga de Campeones la siguiente temporada: la 2001-2002. La campaña maldita para el Bayer Leverkusen de Klaus Toppmöller y, por supuesto, para Michael Ballack.

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Esa infausta temporada, Michael Ballack, jugando de medio, hizo la friolera de 23 goles. Fue nombrado mejor jugador de Alemania. Llevó en volandas a su equipo a la final de la Liga de Campeones, donde fue premiado como mejor centrocampista de la competición. También se metió en la final de la Copa de Alemania. Y a falta de tres jornadas para la conclusión de la Bundesliga, un Bayer Leverkusen histórico le sacaba cinco puntos al segundo clasificado, el Borussia Dortmund. Pero justo en ese instante, todo se torció para el equipo renano y para Michael Ballack.

El 20 de abril de 2002, el Leverkusen caía 1 a 2 en casa ante el Werder Bremen, mientras que el Borussia vencía al Colonia en Dortmund (2-1) para mantener vivo un sueño casi imposible. Quedaban dos jornadas de liga y los de Toppmöller mantenían dos puntos de ventaja sobre las abejas amarillas. La pesadilla sólo acababa de empezar.

A la semana siguiente, el Bayer Leverkusen volvía a perder. Esta vez en terreno del Núremberg, que se estaba jugando el descenso (1-0). El Dortmund no desaprovechó el regalo y venció a domicilio al Hamburgo (3-4) para pasar a liderar la Bundesliga a falta de una sola jornada. El giro copernicano se había producido. El desastre estaba casi consumado.

Porque en la última jornada, disputada el 4 de mayo de 2002, Micha anotó los dos goles con los que el Leverkusen derrotó en su estadio al Hertha de Berlín (2-1), pero vio impotente cómo el Dortmund también derrotaba al Werder Bremen para levantar una Bundesliga que parecía imposible apenas dos jornadas atrás.

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Pero Ballack no tuvo tiempo de ahogar sus penas, porque una semana más tarde se disputaba la final de la Copa de Alemania. El Leverkusen se enfrentaba al gran rival del Borussia de Dortmund, el otro equipo de la cuenca del Ruhr, el Schalke 04. Y todo lo que podía salir mal… volvió a salir mal.

Berbatov adelantó a los de Toppmöller a los 27 minutos de partido tras un jugadón de Lucio, pero Böhme empató con un magistral lanzamiento de falta para el Schalke cuando el colegiado estaba a punto de enviar a los contendientes a los vestuarios. A la vuelta, todo se desmoronó en apenas tres minutos, los que van del 68 al 71. Los que van del tanto a la contra de Agali al saque de centro, el robo, el contragolpe y el disparo de Möller para poner 3 a 1 por delante a los mineros. Aún anotaría Ebbe Sand el cuarto a cinco minutos para el final, mientras que Ulf Kirsten maquillaba el resultado con el segundo del Leverkusen (4-2). Michael Ballack y sus compañeros acababan de ver cómo se esfumaba el segundo título en apenas siete días.

Pero dicen que no hay dos sin tres… Y, efectivamente, así fue.

*

Porque sin apenas posibilidad de digerir los dos malos tragos seguidos, al Bayer Leverkusen aún le quedaba una última oportunidad de levantar un título. Habían perdido dos en siete días, pero el que quedaba podía compensarlo todo, porque el 15 de mayo de 2002, se enfrentaba al Real Madrid en el Hampden Park de Glasglow en la primera final de la Copa de Europa de su historia. Pero… La suerte volvió a serles esquiva a Ballack y compañía.

Pese a que los germanos dominaron durante gran parte del encuentro y contrarrestaron enseguida el gol tempranero de Raúl con otro de Lucio, no pudieron levantar la Orejona. Zidane se inventó una volea imposible al filo del descanso para poner el dos a uno en el marcador. El Bayer arrinconó al Madrid y dispuso de ocasiones clarísimas para empatar el choque, sobre todo en el último cuarto de hora, cuando una lesión del portero César trajo a escena a un imberbe Casillas que sacó balones imposibles para dejar a Ballack y al Leverkusen de Toppmöller en blanco en una temporada que iba camino de convertirse en histórica.

Y sí. Histórica fue. Porque a la historia pasó la volea de Zidane como uno de los mejores goles de la Liga de Campeones. Y a la historia pasó también la leyenda negra del gafe de Michael Ballack. Y también el nombre con el que rebautizaron al Leverkusen los aficionados de los equipos rivales tras perder los tres títulos a los que optaba: el “Neverkusen”.

Pese a todo, “el Joven Káiser” había despertado el interés de los grandes clubes europeos y Manchester United y Real Madrid quisieron hacerse con sus servicios. Sin embargo, Ballack no quería salir de Alemania y escogió el Bayern de Múnich, que pagó 7 millones de euros al Leverkusen por la nueva estrella alemana. Lo hizo justo antes de que partiera con la Mannschaft al Mundial de 2002, disputado en Corea del Sur y Japón. Allí, aún añadiría Ballack un capítulo más a la leyenda de su mal fario.

*

A la Copa del Mundo de 2002 llegó el rutilante nuevo fichaje del Bayern con la mochila cargada de decepciones y con el físico justito. Pese a ello, aún le quedaba un poco de espacio para la ilusión. Pese a que los medios de comunicación no dejaran de pregonar a los cuatro vientos que era un jugador incapaz de echarse al equipo a la espalda cuando más lo necesitaba y que se arredraba en los momentos decisivos. Ballack respondía diciendo que él no era el líder de la selección. Que el líder llevaba el brazalete, defendía la portería y se llamaba Oliver Kahn.

El caso es que pocos contaban con la Mannschaft entre sus favoritos a levantar la Copa del Mundo, pero los de Rudi Völler volvieron a demostrar que la fiabilidad alemana está fuera de toda duda y asentados en las paradas de Kahn y los goles de Klose se plantaron sin brillo, pero con solvencia, en los octavos de final. Allí noquearon a la correosa Paraguay con un solitario tanto de Oliver Neuville. Y a otra cosa.

En los cuartos de final, Alemania se vio las caras con una sorprendente selección de Estados Unidos que se había ventilado a Portugal en la fase de grupos (con la connivencia de los arbitrajes a favor de los surcoreanos) y a México en octavos de final. El partido lo resolvió Ballack con un testarazo imponente en la recta final de la primera parte (1-0). Y a otra cosa.

Y esa otra cosa eran las semifinales de una Copa del Mundo ante Corea del Sur. Poca cosa para una potencia como Alemania, pero cuidado, que los anfitriones venían de noquear a Portugal en la primera fase, a Italia en octavos y a España en cuartos. Todos los encuentros sospechosos de un arbitraje que rayó lo vergonzoso. Así que la renacida Alemania tendría que tener cuidado y no menospreciar a Corea ni a su entorno ni al escenario.

Los coreanos, espoleados por todo el estadio, metieron el miedo en el cuerpo a los alemanes en la primera mitad, con un remate peligrosísimo de Chun Soo Lee al que Kahn respondió con todos sus reflejos. De hecho, cada balón robado por los de Hiddink se convertía en una contra velocísima que acababa inevitablemente con centro o disparo sobre la meta teutona. Hasta que Alemania empezó a desperezarse, a quitarse los nervios y a controlar el partido embotellando a Corea en su área.

Hasta que pasó lo que tenía que pasar. Una pérdida de balón alemana en tres cuartos de campo desembocó en una carrera desenfrenada de Chun Soo Lee en busca de la frontal y del disparo. Ramellow salió a hacerle falta, pero no pudo cazarlo, y Ballack vino desde atrás para ir al suelo y frenar en falta la internada del coreano. Falta peligrosa y tarjeta amarilla para el 13 germano. Si Alemania ganaba el partido, Michael Ballack no jugaría la final del Mundial.

"El joven Káiser" lo supo al instante. Pero su rostro no dejaba traslucir sus sentimientos. ¿Estaba jodido por esa hipotética final que no podría jugar? ¿O acaso se acababa de liberar de un peso absoluto? Nunca lo sabremos…

Lo que sí sabemos es que a falta de un cuarto de hora para el final Oliver Neuville se internó por la derecha del ataque alemán, metió un pase raso al corazón del área y apareció Ballack para rematar a quemarropa. El portero surcoreano sacó el primer remate del 13, pero el balón le volvió a caer a los pies y ahí ya no perdonó con su zurda. Ballack no jugaría la final, pero se la había regalado a los suyos.

Después, ya sabéis, la perderían ante Brasil con Ronaldo como estilete. Para completar el póquer de finales perdidas por Michael Ballack en una misma temporada. Aunque ésta no pudiera ni siquiera disputarla.

***

A su regreso a Alemania, Micha se dispuso a olvidar su año aciago llenando el zurrón de títulos con el Bayern de Múnich. En el club bávaro jugó las siguientes cuatro campañas y conquistó tres Bundesligas y tres Copas de Alemania, aunque en Europa no pudo traducir esa superioridad que sí tenía en suelo germano.

Y, claro, la afición culpó a Ballack de ese “fracaso”. Decían de él que no rendía en Europa. Que se borraba en los partidos importantes. Que se arrugaba en los momentos decisivos. Y el jugador acabó a la gresca con el club para marcharse libre al Chelsea en el verano de 2006 en busca de los títulos europeos que no había podido ganar en el Bayern.

Pero antes disputó con su selección, a las órdenes de Jürgen Klinsmann, su segundo Mundial. Volvió a lucir el número 13 y, además, a sus 29 años, cumplió su sueño de portar el brazalete de capitán. La Mannschaft hizo un gran torneo con una selección joven y ambiciosa liderada por Ballack, pero volvió a quedarse a las puertas de la gloria. Italia, su auténtica bestia negra, los eliminó en semifinales en uno de los encuentros más vibrantes y espectaculares de la Copa del Mundo que se resolvió en el último instante de la prórroga con dos preciosos tantos italianos (0-2). Una Italia que acabaría levantando la Copa del Mundo tras vencer en la tanda de penaltis a la Francia de Zidane, quien perdió la cabeza en el momento menos oportuno.

A Ballack esa derrota se le quedó grabada para siempre. Tanto, que en 2017, cuando Italia, sorprendentemente, se quedó fuera del Mundial de Rusia tras caer derrotada ante Suecia, fue de los primeros en burlarse irónicamente en redes sociales. El dolor, que a veces aparece cuando ya creías haberte curado…

***

El caso es que tras el Mundial de Alemania, Micha se mudó a Londres y se enfundó la camiseta del Chelsea. Pero al poco de empezar la temporada 2006-07 se lesionó de gravedad en un partido ante el Newcastle y se pasó seis meses lejos de los terrenos de juego.

No le dio tiempo a disputar la final de la FA Cup que su equipo le ganó al Manchester United, aunque le computa como título. Tampoco jugó la final de Community Shield en agosto de 2007, que volvió a enfrentar a los londinenses con el United y, a modo de preludio, cayó del lado de los Diablos Rojos en los penaltis tras empatar sin goles.

Pese a todo, Ballack se recuperó muy bien de la grave lesión de la campaña anterior y empezó a entrar en el equipo a base de grandes actuaciones. Incluso superó el teutón la marcha de su gran valedor, Xose Mourinho, que salió del equipo a finales de septiembre de 2007 a causa de los malos resultados en ese inicio de liga.

Entonces, a los mandos de Avram Grant desde el banquillo y a los de un recuperado Michael Ballack en el centro del campo, los Blues se rehicieron y pelearon la liga inglesa hasta el final. De hecho, hicieron lo más difícil: recortar la diferencia perdida con el United derrotándolo en Stamford Brigde por dos a uno. ¿Con goles de quién? Exacto, con dos goles de Michael Ballack.

Quedaban sólo dos jornadas de liga y los dos colosos estaban empatados a puntos, aunque la diferencia de goles daba ventaja al United. No hizo falta recurrir a ella, porque los de Ferguson vencieron sin problemas al West Ham (4-1) y al Wigam (2-0), mientras que los de Avram Grant vencieron en Newcastle (0-2), pero no pudieron pasar el empate ante el Bolton en la última jornada (1-1).

Los londinenses sabían que debían esperar un error de sus rivales que no llegó y reservaron fuerzas para la prueba decisiva de la temporada. Porque el Chelsea se hizo fuerte también en Europa y, por fin, tras seis años de espera, Michael Ballack volvía a alcanzar la final de la Liga de Campeones. Una nueva oportunidad para quitarse la espina de 2002. Enfrente, el gran rival de toda la temporada: otra vez el Manchester United.

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En Moscú se vieron las caras el campeón y el subcampeón de la Premier League para dilucidar quién mandaría, además, en el Viejo Continente. Los de Ferguson contra los de Grant. Van de Sar contra Petr Cech. Evra, Vidic y Ferdinand contra Carvalho, John Terry y Ashley Cole. Scholes contra Lampard. Tévez y Rooney contra Malouda y Drogba. Cristiano Ronaldo contra Michael Ballack. Un duelo por todo lo alto. Manchester United contra Chelsea.

Los de Ferguson golpearon primero cuando un joven Cristiano Ronaldo se elevó en el segundo palo para rematar de cabeza y batir a Petr Cech a los 26 minutos. Y en pleno desconcierto Blue, los Diablos Rojos pudieron sentenciar con dos claras ocasiones que desbarató Cech, el único que mantenía en ese momento con vida al Chelsea. Pero entonces apareció Lampard para recoger un rechace en la frontal del área y, casi por sorpresa, batir a Van der Sar. Era el minuto 45 de la primera mitad. El Chelsea acaba de achicar muchísima agua.

En la segunda parte los de Avram Grant le dieron la vuelta a la tortilla y estuvieron muy cerca del título con una ocasión de Essien que desbarató Van der Sar y un disparo de Drogba que se estrelló en el palo. Pero el destino parecía escrito: habría prórroga.

Entonces se abrió el cielo sobre Moscú y comenzó el diluvio. Lampard volvió a tener una ocasión inmejorable que valía una “Orejona”, pero su remate desde dentro del área se estrelló en el larguero. Contestó el United con una llegada por banda de Evra que remató Giggs casi a puerta vacía y que sacó John Terry con la cabeza cuando los Diablos Rojos estaban a punto de celebrar el gol. El broche fue un pique entre Drogba y Vidic que acabó con un manotazo en la cara del serbio y con el costamarfileño camino de los vestuarios antes de tiempo. El máximo goleador del Chelsea no participaría en la tanda de penaltis decisiva.

Sí lo hicieron Tévez y Ballack y Carrick y Belletti, que anotaron los dos primeros lanzamientos de cada equipo. Llegó el turno de Cristiano Ronaldo, que se hizo un lío y vio cómo Cech le adivinó el lanzamiento y lo paró. Lampard puso por delante al Chelsea. Hargreaves mantuvo vivas las esperanzas del United, pero Cole volvió a adelantar a los londinenses. Sólo quedaban dos lanzamientos, uno para cada equipo. Nani anotó el suyo para empatar y dejar la resolución de la final en las botas del gran capitán: John Terry. El central resbaló pero, pese a todo, el lanzamiento engañó a Van der Sar, aunque el balón golpeó en el palo y se marchó fuera. La muerte súbita había llegado cuando nadie la esperaba ya.

Y la suerte volvió a darle la espalda a Michael Ballack. Y al Chelsea, claro. Anderson y Kalou marcaron sus penaltis. Y Giggs también anotó el suyo. Le tocó el turno a Anelka… y Van der Sar lo paró. 6 a 5 para el Manchester United.

El partido siempre será recordado por el resbalón de Terry. Pero también por la segunda final de Liga de Campeones que Michael Ballack disputó y perdió. Un capítulo más en la leyenda negra del gafe de Ballack en los momentos decisivos. Aunque él anotó su penalti, pero… cría fama y échate dormir.

Sobre todo porque en 2012 el Chelsea, ya sin Micha en el equipo, se volvió a plantar en la final de la Liga de Campeones. Enfrente, el Bayern de Múnich. El partido acabó en empate a uno. Y en los penaltis… Efectivamente. ¡Ganó el Chelsea!

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Pero, como en el fatídico 2002, la temporada aún no había acabado para Michael Ballack, que se enfundó el trece de la Mannschaft y el brazalete de capitán para liderar una renovada selección dirigida desde el banquillo por Joachim Löw con la intención de levantar la Eurocopa de Austria y Suiza de 2008.

El joven Káiser, ya no tan joven a sus 32 años, fue decisivo anotando de un tremendo libre directo el único gol del encuentro ante Austria (1-0) que daba la victoria y la clasificación a Alemania para los cuartos de final tras haber derrotado a Polonia en el primer envite (2-0) y haber caído contra pronóstico ante Croacia en el segundo (1-2).

Al acabar segunda de su grupo, a la Mannschaft le tocó en suerte el ogro Portugal, con Cristiano como señera, Ballack y los suyos estaban de dulce. Schweinsteiger y Klose adelantaron a los teutones y Nuno Gomes recortó distancias al filo del descanso. En la segunda parte, Micha metió la cabeza tras un saque de falta de Schweinsteiger para batir a Ricardo y dejar el partido sentenciado. El gol postrero de Postiga no impidió que Alemania pasara a las semifinales (3-2) y se midiera a la sorprendente Turquía, que vendió carísima su derrota y cayó con un gol de Lahm cuando ambas selecciones esperaban ya la prórroga (3-2).

El 29 de junio de 2008, en el Ernst Happel de Viena, Alemania y España disputarían una final inédita en la historia de la Eurocopa. Michael Ballack se presentaba en su segunda finalísima de la temporada capitaneando a los teutones. Era la última oportunidad de demostrar al mundo que era capaz de vencer en la final de un gran torneo, aunque su presencia estuvo en el aire hasta el final por unas molestias en el gemelo.

Mientras, los españoles oían las consignas de un Luis Aragonés más metido a psicólogo que a entrenador a esas alturas del torneo. El Sabio de Hortaleza les decía a los suyos: “De ellos se ha lesionado Wallace seguramente, pero… peor, el que salga correrá más”. Los futbolistas se miraban entre ellos, sin osar decirle al míster que ningún Wallace jugaba con Alemania. Xavi, atónito, le comenta a un compañero, “¿Quién se ha lesionado?”. Y Capdevila, riéndose, le responde, “William Wallace”. Siguen riéndose y un tercero aclara la duda: “¡Ballack!”. Puyol, por si acaso, repregunta “¿Wallace o Ballack?”, mientras todos se partían de la risa. Y por ahí escapó un poco la tensión de los días previos.

Ya sobre el césped, Fernando Torres anotó el gol de la victoria española y Wallace se pasó gran parte del partido protestando y fue incapaz de liderar a su selección en busca de un empate que nunca llegó. Al final, ganó España (1-0). Perdió Alemania. Y Ballack volvió a caer derrotado en una gran final. Una más…

***

Esa Eurocopa fue, además, la última gran cita de Michael Ballack con la selección alemana. El capitán criticó en los medios de comunicación la forma en la que Joachim Löw llevaba los asuntos de la selección y las tensiones en el seno de un equipo en pleno proceso de renovación se hicieron evidentes. Löw no se arredró ante las críticas de su estrella y, aunque de momento siguió llamándolo a la selección gracias a sus buenas actuaciones con el Chelsea, le dio un buen tirón de orejas y le dejó bastante claro quién mandaba en el equipo.

Pero cuando parecía que las aguas habían vuelto a su cauce y ya se vislumbraba en el horizonte el inminente Mundial de Sudáfrica 2010, Ballack se lesionó gravemente el tobillo en la final de la FA Cup que disputaban el Chelsea y el Porsmouth tras una dura entrada de Kevin Boateng. El Chelsea se llevó la Copa (y también la Premier), pero Ballack se quedó sin Mundial. Joaquim Löw aprovechó para incluir en la lista a los jóvenes Thomas Müller y Mesut Özil y para darle definitivamente la capitanía a Philipp Lahm.

Tras el Mundial que no disputó y en el que Alemania volvió a obtener el tercer puesto, Ballack acabó su contrato con el Chelsea y volvió a casa, al Bayer Leverkusen, pero ya nada era como antes. Joaquim Löw no lo volvió a citar con la selección, aunque le ofreció dos partidos amistosos para que el veterano futbolista pudiera llegar a las 100 internacionalidades. Pero Micha se negó y despotricó del seleccionador de nuevo. Así, el que fuera el alma de Alemania durante casi una década salió de la Mannschaft por la puerta de atrás, cuestionando públicamente al entrenador y enfrentado con algunos de sus antiguos compañeros.

Eso pasaba en verano de 2012, de cara a una Eurocopa de Polonia y Ucrania que Micha, de todos modos, no se había merecido jugar. De hecho, tras el torneo, en octubre de ese mismo año, colgaría definitivamente las botas tras perder todo el protagonismo en el Bayer Leverkusen y claramente mermado por unas lesiones cada vez más frecuentes.

Michael Ballack se retiró con un palmarés envidiable. Una Bundesliga con el Kaiserslautern y tres más con el Bayern de Múnich, con el que también conquistó tres Copas de Alemania y una Copa de la Liga. Con el Chelsea ganó una Premier en 2010 y levantó dos FA Cups, una Community Shield y otra Copa de la Liga. Además, fue subcampeón del Mundo en 2002 y subcampeón de Europa en 2008 con la Mannschaft, con la que disputó un total de 98 partidos y anotó 42 goles.

Pese a ello, no fue capaz de quitarse de encima la maldición de las grandes finales y nunca pudo ganar una Liga de Campeones ni un gran torneo con su selección. Por eso, le cayó el sambenito de gafe y con él hubo de cargar durante toda su carrera. Una auténtica leyenda negra que desmienten sus títulos y su influencia en el juego, pero que sí respalda su mala suerte en momentos puntuales e importantes.

Porque mala suerte tuvo a raudales. Toneladas de mala suerte. Y porque para rematarlo todo, ya sin él, retirado del fútbol, esa Alemania de Joachim Löw de la que salió escaldado y trastabillado, levantó por fin su ansiada cuarta Copa del Mundo en Brasil en 2014. Ésa Copa que Ballack siempre buscó, peleó y estuvo a punto a punto de tocar con la punta de los dedos. Pero no la pudo levantar… Lo hizo Philipp Lahm, el capitán que le sucedió.

Cosas que pasan. En el fútbol y en la vida.

martes, 12 de marzo de 2024

De Ronaldo a Mbappé. Los máximos goleadores de la Copa del Mundo en el s. XXI (2002-2022)

El primer Mundial del siglo XXI, el primero celebrado en Asia, el primero en ser coorganizado por dos países, es decir, el Mundial de Corea y Japón de 2002, pasará a la historia por los arbitrajes que permitieron a Corea del Sur conseguir su mejor clasificación en una Copa del Mundo, metiéndose en semifinales tras derrotar y dejar en la cuneta a potencias futbolísticas de la talla de Portugal, Italia o España.

Pero también pasará a la historia por ser el Mundial en el que Brasil se cosió la quinta estrella en su mítica camiseta verdeamarelha. La última hasta ahora. La que cerraba un ciclo grandioso de una selección maravillosa que disputó tres finales de la Copa del Mundo consecutivas y acabaría ganando dos de ellas. Aunque de eso ya han pasado más de veinte años y cinco Mundiales. Que se dice pronto…

Esa canarinha de 2002 estaba plagada de estrellas en todas sus líneas. Aún eran importantes el capitán Cafú y Roberto Carlos en los laterales, con dos centrales fuertes, contundentes y contrastados en la élite como Lucio y Roque Junior, complementados en labores defensivas por Edmilson. Y en el centro del campo jugaban juntos Ronaldinho, Rivaldo, Juninho y Gilberto Silva. Por si acaso, en el banquillo estaba un joven Kaká convocado a última hora por Scolari, que se había permitido el lujo de dejar en casa a dos jugadores extraordinarios, pero tremendamente polémicos: Romario, que estaba en una especie de segunda juventud y quería disputar el Mundial a toda costa, y Djalminha, que se estaba saliendo en el Deportivo de la Coruña, pero se le cruzaron los cables y le propinó un cabezazo a su técnico en un entrenamiento que le costó la temporada y también la Copa del Mundo.

Pero el futbolista que sobresalió por encima de todos fue un renacido Ronaldo Nazario, O Fenômeno, punta de lanza de su selección, que hizo un Mundial superlativo tras superar un calvario en forma de lesiones. Ronaldo, un futbolista destinado a levantar la Copa del Mundo para Brasil, que tuvo que superar también una historia de desamor con el torneo hasta volver a enamorarse hasta las trancas en Corea y Japón.

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La historia de Ronaldo en la Copa del Mundo había empezado ocho años antes, en 1994, cuando fue convocado por Parreira para disputar el Mundial de Estados Unidos 94, el que ganó Brasil con los goles de Romario y de Bebeto. Pero Ronaldo, a punto de cumplir 19 añitos, no disputó ni un solo minuto en todo el torneo, por lo que nunca se sintió partícipe de la cuarta Copa del Mundo de Brasil que Dunga levantó al cielo de Los Ángeles.

Cuatro años más tarde, en Francia 98, Ronaldo ya era el delantero titular de la canarinha… y se marcó un torneo espectacular. Ya sin Romario, aunque sí acompañado por Bebeto, O Fenômeno marcó su primer gol en la Copa del Mundo ante Marruecos (3-0). Aún anotaría dos tantos más en los octavos de final ante Chile (4-1) y la única diana brasilera en las semifinales ante Holanda (1-1) que se resolverían desde el punto de penalti. 

El ariete se presentaba en la final metiendo miedo, con cuatro tantos en el zurrón y siendo el principal temor para la anfitriona Francia. Pero Ronaldo sufrió convulsiones unas horas antes del encuentro y, aunque se empeñó en jugar el encuentro, lo hizo totalmente mermado, con sus compañeros preocupados por si le pasaba algo en cada jugada. Y perdieron, claro, ante una Francia hambrienta que devoró a los brasileños para ganar su primera Copa del Mundo (3-0).

Pero en Corea y Japón, pese a las dudas que generaban dos graves lesiones previas, Ronaldo hizo las paces con la Copa del Mundo. Se llevó la Bota de Oro anotando la friolera de ocho tantos, una cifra que no alcanzó nadie desde que Gerd Müller metiera diez en México 70. De ellos, dos los hizo en la final, jugándose el título ante Alemania, en un partido que, aunque parezca imposible, nunca se había disputado en toda la historia de los mundiales.

Ronaldo pasó a la posteridad en Yokohama levantando la Copa del Mundo con su nuevo corte de pelo y sumó ocho goles a los cuatro que había hecho en Francia. Cuatro años más tarde, en Alemania 2006, O Fenômeno cerraría su idilio con los mundiales con tres tantos más para superar en ese momento a Gerd Müller como máximo goleador de la historia del torneo con 15 tantos. Aunque, precisamente en Alemania, la Bota de Oro se la llevaría Miroslav Klose, que estaba destinado a destronar al gran Ronaldo en un futuro no demasiado lejano.

Pero no adelantemos acontecimientos… Todo llegará.

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De momento, como decíamos unas líneas más arriba, en el Mundial de Alemania 2006 Klose se convirtió en el sucesor de Ronaldo como Bota de Oro de la Copa del Mundo.

El delantero alemán presentó muy pronto su candidatura a máximo goleador, con un doblete en el encuentro inaugural ante Costa Rica (4-2) y otro en el tercer choque ante Ecuador (3-0). Entre ambos choques, su compañero en ataque Oliver Neuville dio el triunfo a los teutones ante Polonia en el descuento (1-0) para certificar un pleno de victorias en la primera fase que auguraba grandes alegrías para los pupilos de Jurgen Klinsmann.

Sin embargo, en las eliminatorias el peso del ataque germano recayó en otros jugadores. En los octavos de final ante Suecia fue Lukasz Podolski quien resolvió el choque con dos golazos en el primer cuarto hora de juego (2-0) para meter a la Mannschaft en cuartos.

Ahí esperaba Argentina, entrenada por Pékerman y con un jovencísimo Leo Messi sentado junto a él en el banquillo. Pero los argentinos que cortaban el bacalao en aquella selección eran otros: Ayala en defensa, Maxi Rodríguez y Mascherano en el centro del campo, Riquelme en la zona de creación y arriba Hernán Crespo y Carlos Tévez.

El partido entre dos de las máximas favoritas se disputó el 30 de junio en el Olímpico de Berlín. Y tras una primera parte de tanteo, al inicio de la segunda Riquelme sacó desde la esquina y metió un centro al corazón del área. Allí apareció Ayala, que se tiró en plancha ante dos rivales para meter la cabeza a media altura y rematar a gol ante el silencio de una grada atenazada por los nervios.

Como la selección alemana, que no acababa de encontrar el camino de una hipotética remontada. Quizá se lo facilitó la Diosa Fortuna y un poco Pékerman, también. La Fortuna porque el Pato Abbondanzieri se lesionó a falta de veinte minutos para el final y tuvo que dejar su sitio bajo palos a Leo Franco. Y Pékerman porque decidió sentar a Riquelme para meter a Cambiasso a falta de un cuarto de hora para el final. Cuatro minutos después, el técnico argentino también quitó a Tévez para meter a Julio Cruz. Y justo tras el cambio, el balón le llegó a Ballack en la banda derecha, centró al borde del área y Podolski prolongó de cabeza para que apareciera Klose a su espalda, le ganara la posición a Heinze y cabeceara a la red para empatar el encuentro, llevar los cuartos de final a la prórroga y, después, a los penaltis.

Desde los once metros pasó Alemania, mientras daba la vuelta al mundo la imagen de un Messi cabizbajo y solo en el banquillo. El rosarino se marchaba a casa tras debutar en una Copa del Mundo con 18 años recién cumplidos. Debutó el segundo partido contra Yugoslavia y jugó el cuarto de hora final. Se estrenó anotando su primer gol mundialista. El sexto de Argentina ante los balcánicos (6-0). Se marcó del Mundial llorando. Pero su historia en la Copa del Mundo apenas empezaba a escribirse.

La de Klose seguía su camino, de momento. Porque Italia venció a Alemania en semifinales en un auténtico partidazo que nadie sabe cómo acabó sin goles. En la prórroga los transalpinos marcaron dos golazos por medio de Grosso y Del Piero y se citaron con la Francia de un rejuvenecido Zidane en la final.

Alemania y Klose disputaron y ganaron el tercer y cuarto puesto ante Portugal (3-1), pero en un equipo muy coral le tocó el turno de sobresalir a Schweinsteiger, que marcó dos tantos soberbios. Miroslav Klose se quedó en 5 tantos, pero fueron suficientes para llevarse la Bota de Oro.

Y para seguir sumando en una cuenta goleadora en los Mundiales que alcanzaría los 16 tantos en el Mundial de Brasil para superar a Ronaldo y, además, levantar una Copa del Mundo que rozó siempre que la disputó: finalista en Corea y Japón, tercero en Alemania, tercero en Sudáfrica y campeón en Brasil. Y marcando en todos ellos... ¡Nada menos que 16 goles!

Aunque esos 16 goles de Klose se antojan pocos para la fuerza con la que viene el vendaval francés Kylian Mbappé, que ya lleva 13 tantos en sólo dos ediciones con 25 años.

Pero lo que va delante, va delante.

Y Miroslav Klose, de momento, va delante.

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En el Mundial de Sudáfrica de 2010 los goles estuvieron muy repartidos y fueron cuatro los jugadores que acabaron el torneo con cinco tantos en su casillero. Cuatro futbolistas de cuatro selecciones distintas que consiguieron auparlas muy, pero que muy arriba en el torneo.

David Villa fue el delantero milagro de una España que levantó su primera Copa del Mundo con el inolvidable gol de Iniesta a falta de cuatro minutos para el final de la prórroga ante los Países Bajos. Y el tremendo cabezazo de Puyol había metido a los españoles en la final tras la semifinal ante Alemania. Pero antes había sido el turno del Guaje Villa, que fue ganando partidos trascendentales con sus goles decisivos.

El 7 del Valencia CF inauguró su casillero ante Honduras, en una final para los ibéricos tras su traspié en el primer partido ante Suiza. El ariete asturiano hizo los dos tantos que le dieron la primera victoria y la tranquilidad a los de Del Bosque (2-0). En el último partido ante Chile, Villa volvió a abrir el marcador e Iniesta marcó el gol que metía definitivamente a España en octavos de final (2-1). Allí se vieron las caras con sus vecinos portugueses, y el Guaje volvió a marcar el único gol del partido para acceder a los cuartos de final.

Paraguay era el escollo en una fase maldita para España, pero a David Villa las maldiciones se la traen al pairo y marcó un gol inolvidable que golpeó en los dos palos antes de meterse en la portería guaraní y clasificar a España para las semifinales. Los cinco tantos de Villa sirvieron para que España pudiera hacer historia, aunque él no pudiera rubricar su excelente torneo con algún gol más. Aunque la verdad es que ya había metido bastantes. Y todos ellos decisivos.

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El rival de España en la final, Países Bajos, también aportó a otro de los goleadores del torneo. Fue un centrocampista, Wesley Sneijder, quien sumó sus tantos a los de Robben para meter a los tulipanes en una final 32 años después.

Sneijder se estrenó como goleador en el segundo partido de la fase de grupos ante Japón, cuando anotó el tanto de la victoria de su equipo (1-0). En los octavos de final ante Eslovaquia, Robben adelantó a La Oranje y Sneijder certificó el triunfo a falta de seis minutos para el final, un gol que hizo inútil el tanto de los eslovacos en el descuento (2-1).

Pero aún le quedaban al centrocampista del Inter de Milán dos grandes encuentros en los que sus goles serían protagonistas. El primero, el de cuartos de final ante Brasil, cuando anotó los dos tantos que dejaban fuera del Mundial a la canarinha. El segundo, en semifinales ante Uruguay, cuando anotó el segundo tanto de Países Bajos. Un gol que deshacía el empate momentáneo y que acabó de espolear a los neerlandeses. Robben hizo el tercero dos minutos más tarde y el tanto de Maxi Pereira ya en el descuento no fue suficiente para la Garra Charrúa (3-2). Ese fue el quinto tanto de Sneijder en un torneo extraordinario en el que Países Bajos volvió a quedarse a las puertas de la gloria.

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El tercer futbolista que anotó cinco tantos en Sudáfrica fue un debutante que se llevó a casa el premio al Mejor Jugador Joven. Era el alemán Thomas Müller, que se destapó como un goleador insaciable desde el primer encuentro, cuando hizo el tercero de su equipo en el debut ante Australia (4-0).

Los otros cuatro tantos llegaron en la fase decisiva de la competición y ante rivales de órdago: le hizo dos a Inglaterra en octavos de final (4-2), otro más a Argentina en la goleada de cuartos de final (4-0) y cerró su participación abriendo la cuenta ante Uruguay en el partido por el tercer y cuarto puesto (3-2). Una actuación memorable de un joven delantero que aún habría de escribir páginas muy brillantes en la historia del torneo.

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El cuarto futbolista capaz de anotar cinco tantos en Sudáfrica fue también nombrado Balón de Oro del torneo y fue capaz de llevar en volandas a una selección que pocos esperaban. Se llama Diego Forlán, era el capitán de Uruguay y su Mundial fue directamente para enmarcar.

La Garra Charrúa empezó empatando sin goles ante Francia, un resultado que había que hacer bueno en los dos siguientes encuentros contra Sudáfrica y México. Forlán hizo dos goles en la importantísima victoria ante Sudáfrica en la segunda jornada (3-0) y Suárez dio el pase definitivo a la celeste con su tanto ante México.

En los octavos de final el héroe volvió a ser Suárez con dos tantos (2-1) y en cuartos de final ante Ghana se repartieron los papeles. Forlán hizo el tanto de Uruguay, mientras que Suárez hizo la parada del siglo que le costó la expulsión pero valió una clasificación en penaltis (1-1). Ya en semifinales, el capitán Forlán mantuvo a los suyos en el partido con el gol del empate ante Países Bajos, aunque la Garra Charrúa acabó sucumbiendo ante el poderío neerlandés y se tuvo que conformar con disputar el tercer y cuarto puesto. En Puerto Elizabeth, ante Alemania, Uruguay perdió, pero Forlán escogió para despedirse el mejor gol del torneo y sumó cinco dianas para igualar a Villa, Sneijder y Müller al frente de la tabla de goleadores.

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En Sudáfrica, al contrario que en el Mundial de Estados Unidos, la FIFA no compartió la Bota de Oro. Se habían establecidos unos criterios para desempatar en caso de empate a goles entre varios futbolistas. Tras los tantos anotados, cuentan las asistencias realizas y, en última instancia, los minutos disputados. A más goles en menos minutos, mejor.

Así que con esos criterios, la Bota de Oro del Mundial de Sudáfrica se la llevó el delantero alemán Thomas Müller, seguido por el Guaje Villa y el neerlandés Wesley Sneijder. Forlán quedó en cuarto lugar, pero se llevó a casa el Balón de Oro que lo acreditaba como mejor jugador del Mundial.

Pudiendo elegir… que cada cual elija lo que guste.

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La exhibición de Alemania en el Mundial de Brasil 2014, la primera vez que una selección europea levantaba la Copa del Mundo en suelo americano, vino acompañada por el récord de goles de Miroslav Klose, que anotó sus últimos dos tantos en un Mundial (uno ante Ghana en la primera fase y otro en el Mineirazo de semifinales ante Brasil) para superar a Ronaldo y convertirse en el máximo goleador de la historia de los Mundiales con 16 tantos.

Aunque en cuanto a goleadores, la cita brasileña encumbró a un futbolista que no jugaba de delantero ni defendía los colores de las grandes favoritas a vencer en la Copa del Mundo. Fue el Mundial del centrocampista colombiano James Rodríguez, quien además de marcar seis goles, los convirtió en auténticas obras de arte. Vamos, que el joven jugador del Mónaco, con apenas 22 años, ganó la Bota de Oro a base de golazos.

El primero llegó en el descuento del primer partido ante Grecia (2-0). Los cafeteros ganaban ya por dos a cero cuando el balón le llegó a James en la frontal del área, se lo acomodó a la pierna izquierda y soltó un latigazo raso al palo largo. Inalcanzable para Orestis Karnezis.

El segundo llegó mediada la segunda parte del segundo encuentro ante Costa de Marfil. Con empate a cero en el marcador, un córner botado desde la izquierda del ataque colombiano lo remató James de cabeza entrando desde detrás. A lo Zidane en Francia 98. Colombia ganaba por primera vez dos partidos seguidos en un Mundial y hacía soñar a su gente (2-1). Y james, también, con dos goles en dos partidos.

El pleno de victorias colombiano llegó ante Japón, cuando los de Pékerman vencieron por cuatro goles a uno. El técnico había dado descanso a algunos titulares y metió a James en el campo en el descanso. En cuarenta y cinco minutos le dio tiempo a asistir a Jackson Martínez en el tercer tanto cafetero y a rubricar su soberbia actuación con un golazo en el último minuto. Dribló a su marcador hasta dejarlo sentado y la picó un poquito ante la salida del meta para anotar su tercer gol en tres partidos y, de paso, contribuir a completar la mejor fase de grupos de la historia de la selección colombiana.

En los octavos de final, Colombia se vería las caras con la Garra Charrúa, un rival temible que no sólo venía de llegar a semifinales en Sudáfrica 2010, sino que ganó la Copa América 2011 y, además, había sobrevivido en el grupo de la muerte, dejando en la cuneta a Italia e Inglaterra y acompañar a la sorprendente Costa Rica a la fase eliminatoria.

Pero James Rodríguez estaba tocado por la varita mágica y ante Uruguay en Maracaná se convirtió en el auténtico héroe del partido (2-0). Casi a la media hora de juego controló un balón con el pecho de espaldas a la portería rival, unos diez metros fuera del área. Se dio la vuelta y, sin dejar caer la pelota, lanzó un zurdazo que golpeó en el larguero antes de meterse sin remisión en la portería de Fernando Muslera. El gol del torneo que adelantaba a Colombia ante la Garra Charrúa. 

En la segunda parte certificó el pase de los suyos a los cuartos de final con otro golazo, el quinto de su cuenta. Esta vez Cuadrado metió la cabeza en la línea de fondo para evitar que un centro se escapara y, a la vez, meterlo al corazón del área celeste. Donde hace daño. Porque por allí apareció James para rematar al fondo de las mallas y citarse con Brasil en cuartos de final.

Y hasta ahí llegó Colombia. Hasta los cuartos de final. En Fortaleza los de Pékerman no pudieron hacer frente a los anfitriones y se vieron superados en el juego y en marcador. Aún así, James no se quería ir del Mundial de cualquier manera y recortó distancias al transformar un penalti cometido sobre Bacca a diez minutos del final. No le dio a Colombia para empatar el marcador y poner en aprietos a Brasil, pero lo cierto es que los cafeteros firmaron su mejor actuación en una Copa del Mundo y James Rodríguez se llevó la Bota de Oro por sus 6 goles en 5 partidos. Una auténtica barbaridad para un centrocampista que, además, ¡marcó en todos los partidos que disputó!

Evidentemente, esa brutal actuación en tamaño escaparate sirvió para que los grandes de Europa se pegaran por sus servicios y James acabó dejando el Mónaco para fichar por el Real Madrid. Allí tuvo destellos de gran jugador, pero nunca se acercó al futbolista decisivo que deslumbró al mundo en el Mundial de 2014.

Sea como sea, en Brasil todos pudieron disfrutar de la magia y los goles de James Rodríguez.

***

Cuatro años más tarde, en Rusia 2018, no hubo prácticamente rastro de James, que fue seleccionado por Colombia, pero llegaba renqueante por una lesión que se reprodujo en el último encuentro de la fase de grupos y no le permitió ni siquiera vestirse en el cruce de octavos de final ante Inglaterra. Y ahí precisamente, en Inglaterra, estaba su sucesor por la Bota de Oro: el delantero del Tottenham Hostpur Harry Kane.

Para el Mundial de Rusia no se clasificó Italia, presente en todos los torneos excepto en Suecia 58, la única vez en su historia que no había logrado clasificarse para la cita. Sesenta años más tarde, el mundo asistía atónito a la eliminación de la Azzurra, incapaz de superar a una rocosa Suecia en la repesca europea. Increíblemente, cuatro años después Italia volvía a caer en la repesca ante Macedonia del Norte. Un auténtico drama para los italianos.

Tampoco lo hicieron los Países Bajos, subcampeones del Mundo en 2010 y terceros en 2014, que ni siquiera alcanzaron la repesca europea en un grupo francamente complicado en el que quedaron por detrás de Francia y de Suecia. Un auténtico varapalo para los neerlandeses.

A Rusia sí acudió Alemania a defender su título, pero le golpeó de lleno la maldición del campeón y tuvo que hacer las maletas las primeras de cambio tras quedar última en su grupo tras Suecia y México (clasificados) y Corea del Sur (tercera y también eliminada). Increíblemente, cuatro años después Alemania volvía a caer en primera ronda ante Japón, España y Costa Rica. Un auténtico golpe para los germanos.

Brasil se topó con Bélgica en cuartos de final y una Argentina irreconocible hizo una primera fase lamentable y lo pagó cruzándose con una Francia desatada en octavos de final que la envió para casa en un partido precioso (4-3).

Así que, de repente, los favoritos al título ya no eran los clásicos, sino la Bélgica de Hazard, Lukaku y De Bruyne; la Francia de Griezmann, Pogba y un jovencísimo Mbappé que empezaba a asombrar al mundo; la Inglaterra jovencísima de Harry Kane, Raheem Sterling o Dele Alli comandada desde el banquillo por Gareth Southgate y la sorprendente Croacia de Modric, Rakitic, Perisic y Kovacic.

En ese contexto, el delantero centro de Inglaterra fue sumando tantos en su casillero para convertirse en el máximo goleador del torneo. Hizo los dos primeros ante Túnez, el segundo en el descuento para sacar a los Pross de un primer gran apuro (2-1). Ante Panamá, con la tranquilidad de la primera victoria, los de Southgathe vencieron cómodamente (6-1) y Kane contribuyó con tres tantos (dos desde el punto de penalti).

La derrota ante Bélgica (0-1) mandó a los de las Tres Rosas a la parte “asequible” del cuadro, y Kane adelantó a los suyos de penalti ante Colombia en octavos, aunque Yerry Mina mandó el choque a la prórroga en el descuento y los ingleses acabaron alcanzando los cuartos de final desde los once metros. Era el sexto tanto del delantero inglés en el torneo y en ese instante nadie pensó que podía ser el último.

En cuartos, los de Southgate tuvieron un partido plácido ante Suecia, que resolvieron con goles de Maguire y Delle Alli, pero en unas semifinales históricas para Inglaterra, los Pross cayeron contra todo pronóstico ante Croacia en un partido que encauzó Trippier a los cinco minutos y que fueron incapaces de cerrar. Los croatas creyeron en sus posibilidades a medida que avanzaba el encuentro y Perisic empató el choque y lo mandó a la prórroga mediada la segunda mitad. Y allí, en el momento supremo, cuando todo el mundo esperaba que los cracks ingleses resolvieran, apareció Mandzukic para hacer historia y meter a Croacia en la final. Inglaterra, que no había pisado unas semifinales de una Copa del Mundo desde 1966 (las únicas de su historia) se quedaba sin el premio gordo.

En el partido por el tercer y cuarto puesto, una Inglaterra deprimida volvió a caer otra vez ante Bélgica (0-2) y acabó cuarto en el Mundial. Harry Kane se llevó la Bota de Oro por sus seis tantos, pese a que no marcó ninguno en los últimos tres partidos. Kane fue el segundo inglés, tras Gary Lineker en México 86, en conquistar una Bota de Oro que seguro que cambiaba con los ojos cerrados por haber disputado la final del Mundial ante Francia.

Pero así son las cosas.

Y los galos acabarían levantando el trofeo y ganándose su segunda estrella de campeones del mundo a lomos de un caballo joven y desbocado llamado Kylian Mbappé, que debutaba en un Mundial a los 19 años y se marchaba con la Copa bajo el brazo, cuatro goles en el zurrón y la admiración del mundo entero.

La historia de Mbappé en la Copa del Mundo acababa de empezar a lo grande.

Pero sólo acababa de empezar…

***

Porque en Catar, con 23 años y convertido en el emblema de una Francia campeona del mundo, Mbappé habría de echarse de nuevo el equipo a la espalda en la parte ofensiva. Porque en la concentración de la campeona del mundo las malas noticias se iban acumulando a marchas forzadas.

Ya no llegaron a tiempo a la cita mundialista por lesión ni Pogba ni Kanté, que no entraron en la lista de Deschamps, pero ya con los futbolista definitivamente elegidos se cayó Kimpembé primero y Nkunku después. El seleccionador galo los sustituyó a ambos, pero ya en Catar hubo de lidiar con la misteriosa lesión de Benzemá, Balón de Oro de la temporada, que partió para casa en extrañas circunstancias antes de empezar el torneo al resentirse de una dolencia física. Deschamps no lo sustituyó por nadie (incluso se especuló con que el delantero podría recuperarse y jugar en rondas más avanzadas). Y en esas, en el primer encuentro del torneo ante Australia, el lateral del Bayern de Múnich Lucas Hernández se rompió los ligamentos.

Pero lo cierto es que Mbappé, sin hacer grandes partidos, solventó con sus goles los primeros compromisos de los galos. En el debut hizo el cuarto tanto de un partido plácido ante Australia (4-1) y en el choque decisivo ante la Dinamita Roja anotó los dos goles de su equipo para doblegar a los rocosos daneses (2-1) y certificar el pase del campeón a los octavos de final. De hecho, en el partido ante Túnez que cerraba el grupo, Deschamps le dio descanso a su terceto atacante (Mbappé, Griezmann y Dembelé). Y Francia cayó 0 a 1. Pero Mbappé, de momento, había cumplido con tres tantos.

Mientras tanto, la Argentina de Messi y Scaloni había sufrido de lo lindo para pasar a los octavos de final como primera de grupo tras un primer traspié ante Arabia Saudita (1-2), solventado con mucho sufrimiento con victorias ante México (2-0) y Polonia (2-0). Pese a ello, Messi se había disfrazado de Maradona, se había echado el equipo a la espalda en una situación comprometida, estaba jugando muy bien al fútbol y había acabado la primera fase con dos goles. Había que tener muy en cuenta a Argentina para la fase decisiva.

Y más viendo cómo Alemania se iba para casa de nuevo en la primera fase, tras caer ante Japón, empatar con España y pese a derrotar en su último partido a Costa Rica.

O contemplando cómo Marruecos daba la primera sorpresa de su particular recital dejando fuera a la potente Bélgica y metiéndose como primera de grupo en la fase final del torneo.

O vislumbrando la caída de Uruguay, que se estrelló en un grupo complicado con Portugal, Ghana y Corea del Sur y no pudo golear en la última jornada a Ghana para seguir compitiendo. La Garra Charrúa se iba también para casa a las primeras de cambio.

Aún quedaban selecciones importantes como Brasil, Inglaterra o Países Bajos, que habían dado la talla en la primera fase, e incógnitas como Portugal, España o Croacia, que estaban en octavos, pero sin convencer a casi nadie.

Pronto íbamos a salir de dudas.

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Porque Argentina volvería a sufrir, pero se metería en cuartos de final tras derrotar a Australia con otro gol de Messi (2-1) y Francia también ganaría sin problemas a Polonia (3-1) con dos tantos de una Mbappé que seguía sin jugar excesivamente bien, pero que se estaba hinchando a marcar goles y ya sumaba cinco en el torneo.

También cumplieron los otros grandes con solvencia. Brasil goleó a Corea del Sur (4-1), Portugal a Suiza (6-1) e Inglaterra a Senegal (3-0). Aún podría haber más invitados a la fiesta de Messi y Mbappé. Aunque no serían españoles, porque los ibéricos cayeron en los penaltis ante una rocosa Marruecos que empezaba a soñar con hacer algo grande en el Mundial.

Y lo haría definitivamente en cuartos de final, cuando los magrebíes apearon a Portugal con un encuentro muy serio en el que aprovecharon un zarpazo de En-Nesyri al final de la primera mitad para secar a los lusos y resistir para hacer historia. Bélgica, España y Portugal habían sucumbido ante los marroquíes.

La otra sorpresa la dio Brasil, que cayó sorprendentemente ante Croacia en un partido en el que la fe de los balcánicos pudo más que la samba brasileira. El partido había acabado con empate a cero, pero Neymar parecía que solventaba la papeleta con un gol en el descuento de la primera parte del tiempo extra. Nadie contaba con las siete vidas de Croacia, que mostró ya en el Mundial de Rusia y volvió a mostrar en Catar. Petkovic empató cuando nadie lo esperaba y Brasil cayó en los penaltis. Gloria a los croatas y adiós a los brasileños... un Mundial más.

Así las cosas, todo quedaba en manos de Mbappé y Messi. El francés no hizo acto de presencia ante Inglaterra y su equipo estuvo a punto de pagarlo carísimo. Tchouameni adelantó a los galos en la primera mitad, pero una buena Inglaterra empató con gol de Kane desde los once metros. Entonces apareció Giroud para volver a adelantar a Francia y poner a los Pross contra las cuerdas. Los británicos se rehicieron del golpe y fueron a por el empate. Encerraron a Francia y dispusieron de un penalti para alargar el choque. Pero Kane lo falló. Y Francia se citó en semifinales con Marruecos.

Messi, en cambio, se vistió de nuevo de Maradona en todos los sentidos y lideró a la albiceleste ante Países Bajos en un encuentro que Argentina tenía ganado y se dejó remontar en los últimos minutos (2-2). La prórroga tuvo claro color albiceleste, pero el marcador no se movió y el Dibu Martínez decidió en los penaltis que Argentina sería semifinalista.

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Ahora sí que parecía que, definitivamente, el Mundial estaba en los pies de Lionel Messi y Kylian Mbappé.

Curiosamente, el 10 de Les Blues volvió a desaparecer en semifinales. Y a Francia le costó bastante más doblegar a Marruecos de lo que dice el dos a cero final que reflejó el marcador. Theo Hernández adelantó a Francia a los cinco minutos y desde ese instante Marruecos jugó contra corriente para intentar empatar. Y los marroquíes jugaron seguramente su mejor partido en el torneo, pero acabaron sucumbiendo ante la pegada de los galos, que hicieron el segundo a diez minutos para el final por mediación de Kolo Muani. De Mbappé, ninguna noticia. Se lo guardaba todo para la final.

Messi, por el contrario, no se dejó nada en ningún partido. Y ante Croacia volvió a liderar a su equipo. Abrió el marcador en la recta final de la primera parte, manejó el juego a su antjo, asistió a sus compañeros y dejó para el recuerdo una jugada memorable en la que sentó a un montón de croatas antes de darle la pelota a Julián Álvarez para que hiciera su segundo tanto, el tercero y definitivo de Argentina en el partido. 3 a 0 y a la final. De todas formas, gloria para los croatas, que volvieron a competir más que dignamente. Pero no podían evitar de ninguna de las maneras la cita de Messi con la historia. Ni la cita entre los dos mejores futbolistas del momento.

*

Fue el 18 de diciembre de 2022 en el estadio de Lusail. Y ambos equipos y sus másximos estandartes nos ofrecieron un espectáculo memorable que pasará a la historia de las finales de la Copa del Mundo.

Argentina maniató a Francia en la primera parte. Le quitó el balón y la asfixió constantemente. Además, cada vez que los argentinos se plantaban en campo galo daban muchísima sensación de peligro. Tanto, que no tardaron en trasladar su superioridad al marcador. Fue en el minuto 23, cuando Di María castigó la inconsistencia defensiva de Dembelé, le hizo un traje y el delantero galo lo derribó. Penalti claro que Messi transformó en el 1 a 0. Era el quinto tanto del astro argentino en un Mundial para enmarcar.

Unos 13 minutos más tarde, y con Francia totalmente noqueada, Di María redondeó una actuación fantástica anotando el segundo gol que parecía sumir a la actual campeona del Mundo en la desesperación más absoluta. Y de Mbappé aún no había noticias.

La segunda mitad discurría por los mismos derroteros, con Argentina bien plantada y sin pasar demasiados apuros en defensa. Y con una Francia que no encontraba el camino hacia la portería del Dibu. Hasta que el espíritu de la final de Méxixo 86, cuando los alemanes igualaron en dos minutos una final que tenían perdida, hizo acto de presencia. Esta vez el fantasma se le apareció a Otamendi, que cometió un penalti sobre Lolo Muani que podía haber evitado. Y Mbappé apareció para coger la responsabilidad y convertir la pena máxima para meter a Francia en la final. Lo hizo pese a la estirada del Dibu, que tocó el balón con la yema de los dedos. 

Y volvió a aparecer el crack galo un minuto después para culminar una jugada vertiginosa de la delantera francesa con un remate precioso desde el vértice del área que empataba el partido. Séptimo tanto de Mbappé en el torneo. Casi nada.

Ya en la prórroga, Argentina, que estaba jugando mejor, volvió a adelantarse con otro tanto de Messi, que volvía a parecer definitivo. Pero Mbappé no se rindió y un remate suyo desde la frontal golpeó en el brazo de Montiel. Otra vez penalti. Otra vez lo tiró Mbappé. Otra vez batió al Dibu, esta vez sin tanto suspense. La tercera vez en la final de un Mundial. Y empató el encuentro, que se fue irremisiblemente a los penaltis porque Lloris primero y el Dibu después atajaron milagrosamente una ocasión clarísima por parte de cada equipo.

Y en los penaltis ganó Argentina. Para robarle el cetro a los franceses y quedárselo Messi en propiedad, que lo andaba buscando desde que lloró solo en el banquillo lamentando no haber tenido la oportunidad de pelear en la eliminación de la albiceleste en el Mundial de Alemania 2006.

Mbappé vendió muy cara su derrota y sus tres goles en la final le metieron directamente en las páginas más épicas de la historia de la Copa del Mundo. Seguramente fue poco consuelo para él, pero se llevó la Bota de Oro con ocho tantos, una cifra estratosférica para los tiempos que corren, que nadie había sido capaz de igualar desde que Ronaldo Nazario lo hiciera en el Mundial de Corea y Japón en 2002.

Además, convendría no olvidar que Kylian Mbappé ha disputado dos Mundiales y en ambos ha alcanzado la final. Ganó la primera y perdió la segunda. Y marcó goles en las dos. El astro galo suma 12 tantos en dos Copas del Mundo y, si no pasa nada, afrontará en Mundial de 2026 con 27 años y la vitola de ser uno de los mejores futbolistas del mundo. Así que es un firme candidato a superar todos los registros de la Copa del Mundo.

Con permiso de Miroslav Klose, claro.

Que lo que va delante, va delante.

jueves, 29 de febrero de 2024

De Lato a Davor Suker. Los máximos goleadores de la Copa del Mundo en el s. XX (1974-1998)

Tras el fantástico torneo de México 70 que se resolvió con el triunfo de la Brasil de los 5 Dieces ante Italia, los brasileños se quedaron la Copa Jules Rimet en propiedad, ya que el reglamento del torneo establecía que se quedaría el trofeo para siempre la selección que lo ganara tres veces. Y así fue. Así que para la edición de Alemania 1974 se puso en liza un nuevo trofeo que ya no se llamaría Copa Jules Rimet, sino Copa del Mundo, a secas.

En México no sólo se quedó la Copa Jules Rimet, sino que el fútbol sufrió un cambio de paradigma que afectó, sobre todo, al caudal ofensivo de los equipos. Como si la Copa del Mundo de 1970 hubiera supuesto el cénit y a la vez el entierro del viejo fútbol que representaba la Brasil de los Cinco Dieces que, aunque se presentó en la República Federal de Alemania dispuesta a revalidar su título, no le llegó con Jairzinho y Rivellino para contrarrestar el fútbol total que proponían otras selecciones dispuestas a alcanzar el cetro.

El incremento de la velocidad en el juego, los cambios constantes de posiciones de los jugadores, las enormes evoluciones tácticas y la mejora en la preparación física convirtieron el fútbol en un deporte mucho más competitivo e igualado en el que, como contrapartida, cada vez costaba más hacer goles. De hecho, de Alemania 1974 en adelante los goleadores se fueron llevando la Bota de Oro del Mundial cada vez con menos tantos en su zurrón, pese al aumento de partidos.

El polaco Lato fue una bendita excepción. Como su selección. Una sorpresa casi inesperada. Un soplo de aire fresco. Una alumna aventajada de la escuela holandesa que empezaba a imponerse. Porque en un torneo donde el protagonismo se lo llevó la Naranja Mecánica de Cruyff y Rinus Michel y el trofeo la Alemania de Beckenbauer, Müller, Breitner, Sepp Maier y compañía, Grzegorz Lato puso la salsa de sus goles para encumbrar a Polonia al escalafón más alto del planeta fútbol y mantenerla durante casi una década.

Pero todo comenzó un poco antes para Lato y para la Polonia del mítico seleccionador Kazimierz Gorski.

***

Dos años antes de la Copa del Mundo de 1974, las Águilas de Gorski se presentaron en las Olimpiadas de Múnich de 1972 con un equipo joven y con desparpajo que era un auténtico desconocido en el continente europeo. Era difícil en aquella época saber qué se cocía al otro lado del Telón de Acero, pero Polonia descubriría pronto sus cartas.

Porque los desconocidos polacos, comandados en ataque por el ariete Lubanski y los jóvenes Deyna y Gadocha, dieron la campanada y se colgaron el oro olímpico tras dejar en la cuneta a selecciones como la RDA, Dinamarca o la mismísima Unión Soviética y derrotar en la final a Hungría, los anteriores campeones olímpicos.

Pese al aviso, nadie les prestó mucha atención. Y más cuando su estrella Lubanski se lesionó de gravedad durante la fase de clasificación para el Mundial 74. Fue en un partido contra Inglaterra en el cual el mito polaco hizo de todo: gol, asistencia y lesión grave que le haría perderse la parte decisiva de la fase de clasificación y también el Mundial. Ganaron los de Gorski (2-0) para jugarse, sin su estrella, la clasificación en el mítico estadio de Wembley.

Los ingleses estaban obligados a ganar para sacar el pasaporte a la RFA. A Polonia le bastaba un empate. Entonces fue cuando entró en juego Lato. Y también fue entonces cuando los ingleses, que deberían estar advertidos, creyeron que tenían el partido ganado y que estaban clasificados antes de jugar. Empataron a uno. Con asistencia de Lato y gol de Domarski. Y Polonia fuera de la Copa del Mundo a Inglaterra por primera vez en su historia (los Mundiales de 1930, 1934 y 1938 no los jugaron porque renunciaron a mezclarse con la plebe).

Ya en la RFA, y sin nada que perder, los de Gorski fueron cabalgando en el torneo a lomos de los goles de Lato. Dos le hizo en el debut a Argentina, que no se esperaba semejante cachetazo (3-2). Otros dos a la debutante Haití en una de las goleadas del torneo (7-0). Y se fue de vacío en la tercera victoria seguida que, de paso, enviaba a Italia a casa (2-1).

En la segunda fase Lato siguió con la puntería afinada. El atacante polaco anotó el único gol de su equipo ante Suecia y también marcó el de la victoria en el segundo partido ante Yugoslavia (2-1). Pero en el encuentro que decidiría el finalista, pese al gran partido que se marcó Polonia, el goleador fue el de siempre, el Torpedo. Gerd Müller aprovechó prácticamente la única ocasión que tuvo para marcar el 1 a 0 que metía a Alemania en la final y mandaba a las Águilas de Gorski a jugar el tercer y cuarto puesto ante Brasil.

El resto, ya es historia. Alemania derrotó a la Naranja Mecánica (2-1) con otro gol de Müller. EL “Pancer” alemán marcó cuatro tantos en el torneo que, sumados a los 10 de México, le sirvieron para superar a Just Fontaine como máximo goleador histórico de la Copa del Mundo (aunque necesitó dos torneos para hacerlo, eh).

Un día antes Lato había certificado su brillante Mundial marcando el gol que derrotaba a Brasil (1-0) en la final de consolación. Le daba así a Polonia un tercer puesto que suponía su mejor clasificación de la historia en un Mundial y, además, se llevaba a casa la Bota de Oro tras anotar ocho goles en siete partidos.

Pero el idilio de Lato y de Polonia con la Copa del Mundo no iba a quedarse ahí. Ocho años después, en el Mundial de España 82, los polacos volverían a dar mucho que hablar.

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En el Mundial de Argentina 78, el de la gloria y el dolor, se produjo un hecho histórico. Por primera vez en la historia, el máximo goleador del torneo levantaba también la Copa del Mundo. El 10 de Argentina, Mario Kempes, “el Matador”, fue el encargado de romper esa especie de maleficio que había acompañado a las Botas de Oro desde el Mundial de 1930.

Y lo hizo tras superar una sequía goleadora preocupante que llevaba al delantero a mal traer. Porque Mario no había marcado un solo gol en ninguno de los tres partidos de Argentina en la primera fase. Una primera fase en la que la albiceleste jugó con fuego ante la mirada desesperada de su hinchada. No hizo goles Kempes en la apretada victoria ante Hungría (2-1). Ni tampoco en el triunfo por la mínima ante Francia (2-1). Ni mucho menos en la derrota con la que cerraron la primera fase ante Italia (0-1) que obligó a los de Menotti a abandonar Buenos Aires y trasladarse a Rosario para jugarse el pase a la final ante Polonia, Brasil y Perú.

En la previa del partido ante Polonia que abría la segunda fase del torneo, Menotti habló con Kempes. Seriamente. De tú a tú. Para quitarle la responsabilidad de encima.

—Mario, si en Valencia no jugaba con barba ni bigote, ¿por qué no se afeita de una vez en Rosario y se acuerda de hacer goles?—. Así, sin más, rasita, cortita y al pie.

El Matador se afeitó. Faltaría más. Pero pasó una cosita más. Pasó que con empate a cero en el marcado un remate de Polonia había superado a Fillol y Kempes se lanzó en una estirada espectacular para sacar el balón con la mano. Hoy, penalti, roja y expulsión. Entonces, penalti y amarilla. Fillol detuvo la pena máxima y Kempes, bien afeitado y rasurado, marcó los dos goles que le dieron la victoria a la albiceleste (2-0) y que liberaron al astro del Valencia CF.

Así se escribe la historia.

Porque Kempes, que a partir de ese momento se afeitaría antes de cada encuentro -ya se lo recordaba Menotti por si acaso-, y se quedó sin marcar en el empate sin goles ante Brasil, pero les hizo otros dos a Perú para meterse en la final del torneo (6-0) y le dio la Copa a los suyos marcando el gol que abría el marcador en la final ante Holanda y también el que ponía por delante a Argentina en una prórroga que cerró Bertoni casi a la limón con el Matador (3-1).

Los seis goles de Kempes no sólo le sirvieron para llevarse la Bota de Oro, sino para que Argentina levantara al cielo del Monumental su primera Copa del Mundo. Seis goles cosecha Mario Kempes: con clase, con carácter, con fuerza, con personalidad, con garra, con fe, con determinación… y con muchísima humildad. Como siempre fue Kempes en la vida.

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En el Mundial de España 82, Paolo Rossi se empeñó en emular a Kempes en todo y lo consiguió. Como el 10 argentino, Rossi no anotó ni un solo tanto en la primera fase. Como el astro argentino, Rossi recuperó el olfato goleador en el momento que su equipo más lo necesitaba. Como el Matador, Il Bambino abrió el camino del triunfo en la final del Mundial. Y, como su antecesor, hizo seis goles que valieron una Copa del Mundo y una Bota de Oro. Pero Paolo Rossi no llegó al Mundial como Kempes al suyo. De hecho, estuvo a puntito de no jugarlo.

Porque Paolo Rossi fue condenado a dos años de inhabilitación por un caso de apuestas ilegales en el calcio y nadie apostaba porque el ariete entrara en la lista definitiva de Bearzot tras semejante parón y con semejante mancha en su expediente. Pero a Bearzot le resbalaron las críticas y se lo llevó a España. Y más teniendo en cuenta que Roberto Bettega, su acompañante de siempre en el ataque azzurro, estaba lesionado.

Así que Italia, como tantas otras veces antes, comenzó el campeonato acaparando todos los focos por cuestiones extradeportivas. Además, como muchas otras veces antes, dio una imagen lamentable en una primera fase en la que estuvo a punto de quedarse fuera. Pasó sin pena ni gloria y con muchísimo sufrimiento. Sin ganar ni un solo encuentro (y sin perder ninguno tampoco), con dos goles a favor y dos en contra en tres insulsos empates ante Polonia, Perú y Camerún. El ariete italiano no sólo no se había estrenado, sino que no olió ni una pelota.

Pero en la fase de cuartos de final, un grupo de tres selecciones de las cuales sólo la primera se clasificaría para las semifinales del torneo, la azzurra se transformó. Había caído en un grupo complicadísimo por deméritos propios, y había de enfrentarse a la defensora del título, la Argentina de Kempes y Maradona capitaneada por Menotti desde el banquillo, y a la gran favorita, la Brasil de Telé Santana, con Zico, Sócrates, Falcao, Toninho Cerezo y Júnior bailando la samba sobre el césped. Pero entonces el monstruo competitivo que duerme en las entrañas italianas se despertó. Y con él llegó una victoria que pocos esperaban ante Argentina, que también fue batida por Brasil, y que dejaba el pase a semifinales a tiro de una victoria contra la canarinha. Palabras mayores.

Pero Italia es Italia.

Y su delantero centro titular no se había estrenado en cuatro partidos.

Demasiados motivos como para que los brasileños no se anduvieran con precauciones.

Pero la Brasil de Telé Santana no especulaba. Y eso a Italia le vino de perlas.

A los cinco minutos, Paolo Rossi ya había abierto el marcador ganándole la espalda a su par para remachar de cabeza en el segundo palo un buen centro de Cabrini, aunque la alegría trasalpina duró poco, porque Sócrates igualó el choque siete minutos después tras culminar una pared larga y maravillosa con Zico rematando raso y duro al palo del portero. Pero Rossi ya se había quitado de encima el peso de la sequía y apareció de la nada cuando Cerezo se equivocó dando un pase al centro y envió el balón al fondo de las mallas con un soberbio disparo desde la frontal. Italia estaba muy viva al descanso y el delantero de la pólvora mojada había hecho ya dos goles. Pero aún quedaba lo mejor.

Tras el descanso, Brasil salió dispuesta a encerrar a Italia hasta conseguir como mínimo el empate que la metía en las semifinales del torneo. Y así lo hizo, aunque la azzurra parecía sentirse cómoda en su papel de resistente. Hasta que en el minuto 22 Falcao llegó a la frontal del área con la pelota controlada y se sacó un zurdazo extraordinario para meter el balón en la escuadra de Dino Zoff. La canarinha parecía haber pasado el mal trago y sólo tenía que mantener el marcador durante los últimos 20 minutos de encuentro ante una Italia que no parecía tener más recursos para darle la vuelta al partido.

Pero el fútbol no entiende de lógicas. Y Brasil no sabe jugar a defender. E Italia siempre tiene un conejo guardado en la chistera, por si acaso. Y Brasil, por si no había quedado claro, no sólo no sabe jugar a defender, sino que le molesta defender. Así que Italia botó su primer córner de todo el segundo tiempo. Lo hizo Cabrini, muy abierto, pasada la frontal del área, donde dos defensas brasileños saltaron al unísono junto a un centrocampista italiano y dejaron la pelota muerta en la bocana del área grande. Allí apareció Tardelli para golpear sin pensar el balón suelto, que salió raseado sin aparente peligro. Hasta que apareció la bota de Rossi, que cambió la trayectoria de la pelota para batir por tercera vez a Waldir Peres.

Faltaban once minutos para el final y Brasil lo intentó hasta el último instante, a sabiendas de que un gol volvía a meterle en semifinales. Pero la cerrada defensa italiana no permitió que los brasileños la inquietaran demasiado. 

Y el choque acabó con victoria italiana por 3 a 2.

Así es el fútbol.

Así es Italia.

Y así es Rossi, que, de repente, todo lo que toca lo convierte en gol. Como en las semifinales ante Polonia, que fue precisamente el rival ante el que los trasalpinos abrieron el campeonato. En aquel primer choque disputado en el estadio Balaídos de Vigo empataron sin goles. En aquel primer partido Paolo Rossi no estaba tocado aún por la varita. En éste, una semifinal de la Copa del Mundo disputada en el Camp Nou de Barcelona, Il Bambino metió un gol en cada periodo para clasificar a su selección para la gran final doce años después. Cinco goles en dos partidos tras no olerla en los cuatro anteriores. Así se forjan los héroes.

Un héroe al que aún le quedarían fuerzas para abrir el marcador en la final ante Alemania y poner a Italia en la senda del triunfo. Eso después de que su compañero Cabrini errara un penalti en el primer tiempo, el primero, y hasta ahora el único, que alguien ha fallado en la final de un Mundial. Pero no había problema, el héroe apareció en la segunda parte, justo cuando más lo necesitaba su equipo. Gentile metió una rosca envenenada desde la derecha al corazón del área y allí que fueron a buscar la pelota Altobelli, con su par alemán, en el primer palo y Rossi, con su defensor colgándole de los tobillos, al segundo. Efectivamente, el balón llegó al segundo palo y Rossi lo metió en la portería de un cabezazo picado al suelo. Después Tardelli y el mismo Altobelli redondearon una goleada que maquilló Paul Breitner desde el punto de penalti.

Y así fue como Italia levantó su tercera Copa del Mundo y Paolo Rossi escribió su nombre en la lista de los máximos goleadores de la historia de los Mundiales para pasar a la posteridad y limpiar definitivamente su nombre, que ya nadie asociaría al caso Totonero, sino al Mundial de España 82, donde Italia volvió a recuperar la gloria 44 años después.

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En México 86 Maradona decidió que había llegado el momento de ajustar cuentas con el mundo. Con todo el mundo. Y se erigió en el líder absoluto de su selección y del torneo, eclipsando con su juego, con sus goles, con sus pases y con su liderazgo a todos los demás futbolistas que participaron en la Copa del Mundo de 1986.

Aún así, por las rendijas que dejó el Barrilete Cósmico se colaron los goles de Lineker, para convertirse en el primer inglés en llevarse la Bota de Oro de un Mundial. Lo hizo además disputando apenas 5 partidos, ya que Inglaterra caería en cuartos de final ante Argentina, derrotada por el gol de Dios y por la Mano de Dios. Por las dos cosas.

Pero al genial delantero británico le bastaron esos cinco partidos para anotar seis tantos que le convirtieron en el máximo goleador del torneo de Maradona. Bueno, en realidad le bastaron 3 partidos, porque en los dos primeros encuentros no vio puerta y su selección se complicó muchísimo su participación en el torneo.

Inglaterra había quedado encuadrada en un enigmático grupo junto a Portugal, que no jugaba un Mundial desde Inglaterra 66, cuando Eusébio es exhibió en el debut de los lusos en una Copa del Mundo; la desconocida Marruecos, y Polonia, tercera en España 82, pero con una selección bastante renovada.

El debut de los ingleses ante Portugal no pudo ir peor para los inventores del fútbol. Los ingleses se pasaron todo el primer tiempo intentando llegar por banda y sacar centros peligrosos para Lineker y Matt Hateley, pero Manuel Bento, portero y capitán luso, no pasó por demasiados apuros y los ingleses se fueron diluyendo. En la segunda mitad, el guion siguió por los mismos derroteros, aunque Lineker dispuso de dos remates francos de los que no suele fallar. En el primero golpeó muy mal a la pelota y el segundo lo sacó un defensor portugués casi en línea de gol.

Los ingleses empezaban a desesperarse y los portugueses, creyéndoselo, a desperezarse. Hasta que a falta de un cuarto de hora para el final, Diamantino llegó a línea de fondo en una contra y puso el balón raso al segundo palo para la entrada de Carlos Manuel totalmente solo. Era el único gol del encuentro que derrotaba a Inglaterra. En ese momento parecía que Portugal iba a ser una de las grandes sorpresas del Mundial e Inglaterra iba a caer en uno de sus acostumbrados fiascos… pero el fútbol da muchas vueltas. Vaya si las da.

El caso es que Inglaterra afrontó el segundo partido ante Marruecos con la obligación de, al menos, no perder, ya que marroquís y polacos habían empatado sin goles en su primer envite y eso dejaba a los británicos como colista del grupo. El choque no tuvo historia. Los nervios atenazaron a los de Bobby Robson y nadie fue capaz de romper la igualada. Por suerte para Lineker y sus compañeros, Portugal había empezado a dar la de arena y cayó por un gol a cero ante Polonia. Inglaterra seguía cerrando el grupo, pero dependía de sí misma en la última jornada. Tenía que ganar a Polonia para seguir en el torneo.

Entonces apareció Lineker. Justo cuando su equipo más lo necesitaba. El ariete del FC Barcelona tardó nueve minutos en marcar el primero para aliviar a su selección, que respiró y jugó mucho más relajada. Un gol típico del inglés, que se adelantó a su par para rematar casi en el área pequeña un centro raso desde la derecha. Cinco minutos después hizo el segundo para Inglaterra casi de la misma forma. Centro desde la izquierda y aparece el goleador en el segundo palo, llegando unas milésimas antes que su par a la pelota y rematando a bote pronto al fondo de las mallas. Y solventó el partido y la clasificación con un tercer tanto a los treinta y cuatro minutos. El marcador ya no se movería más. Ni falta que hacía (3-0).

Mientras, en el otro partido del grupo, Portugal, inmersa en un sinfín de problemas extradeportivos, naufragaba ante Marruecos y caía por 3 goles a 1 para decir adiós al Mundial por la puerta de atrás. Los marroquís, en cambio, hacían historia metiéndose al superar por primera vez la primera fase de una Copa del Mundo. Además, se metieron en octavos de final como primeros de grupo, por delante de la mismísima Inglaterra. Sin embargo, no tuvo demasiada suerte Marruecos, que se emparejó con la RFA, mientras que Inglaterra se vería las caras con Paraguay. Marruecos plantó cara, pero cayó ante Alemania Federal con un gol de Matthaus a falta de tres minutos.

Inglaterra, por su parte, se encomendó de nuevo a su número 10. Y el ariete inglés volvió a responder. Lineker abrió el marcador ante los guaranís a los treinta y un minutos. Lo hizo justo después de que Paraguay marrara una ocasión clarísima. Justo cuando más daño hacía. Y lo hizo con su oportunismo habitual, esperando un balón dentro del área pequeña tras una juagada embarullada. Le bastó a Inglaterra ese gol para tranquilizarse y encarar mejor el segundo tiempo.

Y a la vuelta de los vestuarios Beardsley se disfrazó de Lineker para hacer el segundo recogiendo un rechace del meta guaraní dentro del área pequeña. Y el auténtico Lineker cerró la cuenta y el pase de Inglaterra a cuartos de final con el tercer tanto, su quinta diana en el Mundial rubricó la victoria de los pross con el tercer tanto, el quinto de su cuenta. Dejó atrás a su marcador dentro del área y recogió un pase de Steve Hodge en el punto de penalti para batir de nuevo a Roberto Fernández (3-0). Lo más difícil llegaba ahora: la Argentina de Bilardo capitaneada por Diego Armando Maradona.

A diez minutos del final Lineker intentó aguarle la fiesta a Maradona. Lo hizo con un cabezazo en boca de gol tras el centro del recién incorporado John Barnes, que volvió loca a la zaga argentina en los últimos minutos del encuentro. Al final, el gol de Lineker no bastó y Argentina siguió adelante para escribir una de las páginas más memorables de su historia y de la historia de la Copa del Mundo.

Lineker se fue a casa con seis goles y la Bota de Oro, pero su idilio con la Copa del Mundo no había hecho nada más que empezar. En Italia 90 el ariete inglés estuvo a punto de tocar la Copa del Mundo con la punta de los dedos, pero esta vez se interpusieron los alemanes en su camino. Por eso acuñó una frase memorable que pasaría a la historia: “El fútbol es un juego muy simple: juegan once contra once y siempre gana Alemania”.

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Precisamente en Italia 90 vivimos un cuento de hadas que no tuvo un final sublime por muy poco. Es la historia de Toto Schillaci, un currante del fútbol que se convirtió en el ídolo de toda Italia desde que saltó al terreno de juego en el partido inaugural ante Austria para desequilibrar un partido que se le estaba atragantando a la azzurra. El pequeño delantero se incrustó entre los dos centrales austríacos para rematar al fondo de las mallas un centro desde la derecha de Vialli. Y salió corriendo como un poseso, con los brazos al aire y la cara desencajada en una celebración mítica que sería la primera de muchas.

Porque a partir de ese instante, Schillaci marcó en todos los partidos y sacó a Italia de más de un atolladero. Conviviendo con futbolistas de la talla y el nombre de Vialli, Serena, Carnevale o el jovencísimo Roberto Baggio, Toto se llevó la gloria y el honor a base de tantos determinantes.

Sumó seis en seis partidos para llevarse a casa la Bota de Oro del Mundial, aunque no pudo levantar la Copa del Mundo porque en semifinales Claudia Canniggia contrarrestó su gol para mandar el partido a la prórroga y, después, a los penaltis. Y desde los once metros cayó Italia ante Argentina, con Goycochea alargando su leyenda y deteniendo los penaltis de Donadoni y Serena para despertar del sueño a Toto Schillaci y a toda Italia.

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El Mundial del 94 supuso un punto de inflexión en el torneo por muchas razones. Por primera vez en la historia se repartieron tres puntos por victoria en un encuentro. Por primera vez en la historia los jugadores lucían el nombre encima del número en su camiseta. Y por primera en la historia los árbitros defenestraron el color negro para vestirse de amarillo, naranja, verde, rojo, gris o rosa.

Fue el Mundial en el que a Maradona le cortaron las piernas. El Mundial en el que Roberto Baggio se salió para acabar errando un penalti decisivo en la final. Fue el Mundial en el que la Brasil de Bebeto y Romario, pero también de Dunga o Mazinho y con Parreira en el banquillo, cosió en la verdeamarelha su cuarta estrella, ésa que buscaban desde 1970.

Y también fue el Mundial de la nariz rota de Luis Enrique en el último minuto de los cuartos de final entre España e Italia. Y el de dos invitados sorpresa que se colaron en las semifinales cuando nadie daba prácticamente nada por ellos: la Suecia de Larsson, Dahlin, Brolin y Kennet Andersson y, sobre todo, la sorprendente Bulgaria capitaneada por Hristo Stoichkov.

El búlgaro del FC Barcelona se llevó a casa la Bota de Oro del Mundial y un cuarto puesto histórico para su selección, aunque la Bota tuvo que compartirla con el delantero de Rusia Oleg Salenko, convidado inesperado a una lucha que no parecía la suya. Sin embargo, el futbolista del CD Logroñés (acababa de fichar por el Valencia CF), que había adelantado de penalti a su selección en la derrota ante Suecia (1-3), anotó cinco goles en un mismo partido. Fue en la goleada que los rusos le infringieron a una Camerún irreconocible en una última jornada de la fase de grupos. Los metió de todos los colores. Y sí, se convirtió en el futbolista que más goles ha anotado en un partido de la Copa del Mundo. Nadie lo había hecho nunca antes y nadie después ha vuelto a emular semejante gesta.

El caso es que con seis goles se llevaron las tres últimas Botas de Oro: Kempes en Argentina 78, Rossi en España 82 y Schillaci en Italia 90. Así que los seis tantos del ruso le colocaron como el más firme y sorprendente candidato a ser el máximo goleador del torneo, pese a que su selección no pasó de la primera fase y tendría que ver el resto del torneo por televisión. Pero ahí estaba Stoichkov marcando tantos cada partido. Acercándosele poco a poco. Y al final empató con él.

El búlgaro anotó desde el punto de penalti los dos primeros goles de su selección en el torneo. Fue en el segundo encuentro ante Grecia (4-0). En el primer partido Bulgaria había caído estrepitosamente ante Nigeria (0-3) y se jugaba su continuidad en el torneo a las primeras de cambio. Superó el escollo y acabó por darle la puntilla a Argentina, ya sin Maradona, en el partido que cerraba el grupo. Stoichkov abrió la cuenta y la cerró Sirakov con el tiempo cumplido (2-0) para mandar a la albiceleste a jugársela ante Rumanía en los octavos de final.

Bulgaria se midió a México, donde otro tanto de su capitán (el cuarto en el torneo) puso por delante a los balcánicos. Pero los mexicanos empataron y todo se decidió desde los once metros. Stoichkov iba a lanzar el quinto penalti, pero no hizo falta. Tres paradas de Mijailov clasificaron a Bulgaria para los cuartos de final por primera vez en su historia.

Y ahí, en esa ronda decisiva y ante una tricampeona del Mundo volvió a emerger la figura de Hristo para dar la campanada. Adelantó a los suyos con un libre directo extraordinario que sorprendió a Bodo Ilgner para empatar el encuentro con su quinto tanto en el torneo. Letchkov hizo el segundo tres minutos más tarde para hacer historia (2-1).

Ya en las semifinales, un tanto de penalti de Hristo Stoichkov al filo del descanso permitió soñar a los búlgaros, que recortaban distancias tras dos momentos mágicos de Roberto Baggio que habían puesto a Italia con pie y medio en la final. En la segunda parte lo intentaron los balcánicos, pero el marcador ya no se movería y Bulgaria se quedó a las puertas de la final de la Copa del Mundo en su segunda participación.

En el partido por el tercer y cuarto puesto, Bulgaria cayó con estrépito (4-0) ante la otra gran sorpresa del torneo, Suecia, pero ya no importaba. Stoichkov acabó compartiendo la Bota de Oro con Oleg Salenko, pero fue el búlgaro quien se ganó un sitio en el Olimpo de los mejores futbolistas del mundo…

Si es que no se lo había ganado ya antes con sus actuaciones en el FC Barcelona.

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En Francia 98 la constelación de estrellas era rutilante. Había un sinfín de selecciones aspirantes al título y otros tantos futbolistas dispuestos a llevarse también la Bota de Oro.

Brasil llegaba sin Romario, el héroe del 94, pero con un joven Ronaldo dispuesto a inscribir su nombre en la historia de la Copa del Mundo. La anfitriona Francia apostaba por un bloque muy compacto donde la magia la ponían Zidane y Djorkaev y los goles habrían de hacerlos Henry y Trezeguet. Argentina contaba con una delantera temible con Batistuta y Claudio López como máximos aspirantes al título de máximo goleador. Y también amenazaba Holanda con un ataque de ensueño en el que Bergkamp destacaba por encima de todos, bien secundado por Kluivert y Hasselbaink.

Alemania llegaba a tierras francesas con Klinsmann y Bierhoff en punta de ataque, Italia dejaba los goles para Vieri y Del Piero e Inglaterra contaba con el mítico Alan Shearer y un jovencísimo Michael Owen para llenar el zurrón de goles.

Sin embargo, pocos contaban con una selección debutante en el torneo tras vivir un calvario en forma de guerra en los Balcanes. Era Croacia, que participaba por primera vez en un Mundial y que se presentó a la cita con jugadores de solvencia contrastada y de gran calidad, sobre todo de medio campo hacia adelante. Jarni, Boban, Asanovic, Stanic, un renacido Prosinecki y arriba, en punta de lanza, el joven Goran Vlaovic y, por encima de todos, Davor Suker.

Y es que los croatas hicieron los deberes ganando a Jamaica en su debut en el torneo (3-1) y remataron su clasificación venciendo por la mínima a Japón en el segundo encuentro (0-1). Davor Suker anotó el tercer tanto ante los caribeños y el decisivo ante los nipones, pero no pudo marcar en la derrota ante Argentina (0-1) con la que los croatas cerraron la primera fase.

Sin embargo, esa derrota casi les vino bien, porque cruzaron en octavos ante la sorprendente Rumanía y evitaron a Inglaterra, que le cayó en suerte a Argentina. Suker transformó un penalti que le bastó a Croacia para plantarse en cuartos de final. Argentina, por su parte, eliminó a Inglaterra en los penaltis. Un rival menos para el campeonato.

Ya en cuartos de final, los croatas sorprendieron definitivamente al mundo con una exhibición ante Alemania. Jarni adelantó a los balcánicos en el descuento de la primera parte y la segunda mmitad se convirtió en un toma y daca constante que acabó cayendo del lado arlequinado con un gol de Vlaovic a diez minutos para el final y la estocada de Davor Suker cinco minutos más tarde. Era el cuarto tanto del capitán croata que hacía historia con su selección.

En las semifinales, Francia se cruzó en el camino de una Croacia que se encontró con la noche más mágica de Lilian Thuran (1-2). Los croatas aguantaron muy bien durante la primera mitad y metieron el miedo en el cuerpo de los galos nada más comenzar el segundo tiempo con un gol de Suker. ¡De quién si no! 

Pero Thuram se vistió de superhéroe inesperado, empató el encuentro tan sólo dos minutos más tarde y dio la victoria a los suyos con otro tanto a falta de veinte minutos para el final. El lateral francés, que disputó con Les Bleus tres Mundiales y cuatro Eurocopas, sólo marcó dos goles con la camiseta del Gallo. Esos dos. Los que metían a Francia en la final de su Mundial y despertaban a Croacia de su sueño.

Davor Suker cerró su participación en el torneo con otro gol ante Holanda (2-1). El sexto. Sirvió para que él se llevara a casa la Bota de Oro y Croacia un tercer puesto histórico que otra magnífica generación de futbolistas croatas superaría en el Mundial de Rusia de 2018.

Pero eso ya será en el siglo XXI…